A
veces se descubre tan harto de ayer que llora hasta mañana. Con cada
ojo atrapado en la pequeña cuenca de una mano temblorosa. Son noches
de lágrimas sabor cerveza. Primero bebe una. Luego otra. Y luego
otra más. Así hasta que pierde la cuenta. Entonces se toma la
última como brindis a quién era. A quién fue. Pero hace tiempo que
no se reconoce. Aunque se busca en las páginas de un libro en
blanco. En los versos de una canción sin letra. Para su sorpresa aún
recuerda antiguos hoy. Sueños que el alcohol vuelve reales. Que
intenta tocar con dedos suplicantes. Pero queman. Igual que un fuego
fatuo. Y ya no cree en ellos. Tampoco en él. Ni en su fantasma.