Mario
se siente acabado y se lo cuenta cada mañana a su reflejo, sin
miramientos, mientras en el baño intenta peinar ese mechón rebelde,
último retazo de la que hace años fue toda una melena rebelde.
Mario, lo mejor te queda muy atrás, se habla Mario con dureza; empleo, amor y juventud has perdido, te has perdido. Pero hoy el
teléfono suena pronto. Claro que Mario duda si cogerlo. Tiene miedo.
Finalmente contesta. Es una oferta de trabajo. Han aumentado la
producción. Quieren que vuelva. Y Mario no ha soltado el auricular
cuando escucha un nuevo timbrazo. Ahora es María. Después de tanto
tiempo quiere quedar. Esta misma noche. Los dos podían tomar algo
cerca del puerto. Los dos podían... No sabe bien qué. Pero ella
tiene muchas ganas de averiguarlo, repite varias veces. La tercera
llamada sorprende a Mario regresando al espejo. Y Mario ya no
responde. Aunque sí vuelve junto al teléfono y tira del cable.
Línea muerta. Silencio instantáneo. Y ese mechón rebelde que,
rendido, se pliega a los concienzudos vaivenes del peine. Es la
primera buena noticia del día. Mario se alegra. Incluso sonríe.
Está más guapo así, reconoce. Luego recuerda que se siente acabado, se lo cuenta como cada mañana y entonces hasta el Mario reflejado se entristece.