Bob Dylan nunca me faltó cuando todas me faltaron. Tampoco me dejó
cuando me habían dejado. Porque sin estarlo Bob Dylan siempre estuvo
y ha estado ahí. Con sus largas letras de desamor para esas veces
que ya nada nos queda, amor. Bob Dylan, viejo amigo que estudió
conmigo cada noche de carrera. Con el que he escrito tantos cuentos.
Continuamente Bob Dylan se acerca al oído para dictarme frases que
mi mano jamás imaginaría. Bob Dylan también sabe ser un formidable
compañero de viaje, que charla por los dos cuando subo al coche. Y
Bob Dylan de ningún modo se escaquea las tardes que salgo a correr
hasta el dique de Levante. Entonces parece que sobre el puerto no
anochecerá nunca, o al menos no del todo, hasta que termine de sonar
la última nota de su Not dark yet. Bob Dylan eligió,
contando los bises, otras veinte canciones distintas que versionar
(algunos clásicos y mucho material de este siglo) para su concierto del pasado jueves en el Teatro de la Axerquía. Vestido de riguroso negro
de tobillos a cabeza, sus pies de setentón calzaban botas de una
nieve poco común en Córdoba, Bob Dylan fue el más enjuto de
los héroes. Con ojos claros y brillantes bajo la sombra de su
sombrero. En el Festival de la Guitarra Bob Dylan prefirió
tocar piano y armónica. Y Bob Dylan tocó más bien que mal. Igual
que cantó más mal que bien. Como suele. Algo extraño fue verlo
deambular por el escenario, pasear como un campeón en busca de
aspirante. Durante el round final a Bob Dylan le bastó con
arquear ambas piernas y extender sus brazos al cálido cielo de julio
para desatar la locura de un anfiteatro enamorado. Ante nuestra
sorpresa, Bob Dylan posaba. Qué cierto. Aunque había trampa: los
fotógrafos tenían prohibido el acceso. Qué certísimo. Y mientras
Bob Dylan nos miraba desde el centro del escenario, satisfecho de sí
mismo, con la cegadora luz de los focos y sus músicos escoltándole,
y toda Córdoba convertida en un aplauso eterno, yo también quise
ser feliz y me engañé creyendo que mi viejo amigo Bob Dylan me
reconocía entre el público y se alegraba de verme. Él no sonrió.
Pero una vez más Bob Dylan tampoco faltó en mi vida. ¡Gracias,
maestro!
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*Fotografías: Diario Córdoba