jueves, 24 de febrero de 2022

Lavado de cara

“Poderoso, diferente, fresco”. La elección de adjetivos no es mía, sino de la tapa del detergente con el que desde hace meses lavo la ropa. “Poderoso, diferente, fresco”, vuelvo a leer. Quién no quisiera ser un poco (o todo) así. Por eso, yo siempre lo uso de champú en la ducha e incluso bebo al día varios vasos de este milagroso jabón. Y, aunque no lo creas, me siento mejor. Limpio por fuera y por dentro. No sé, es increíble, de un tiempo a esta parte noto en mí un vigor y desparpajo hasta ahora impensables. Tan bien me sentía hoy que he cogido el teléfono para marcar tu número aún inolvidable y contarte que por fin soy otro. Sin embargo, también tú dices haber cambiado de detergente. Un nuevo quitamanchas que proclama en su envase: “Mucho más poderoso, diferente y fresco”.

lunes, 14 de febrero de 2022

Me piro, vampiros

Renuncié a los crucifijos y al ajo en mi dieta nada más descubrir que la nueva vecina del rellano era y es una vampiresa. Y es que creo firmemente que no incomodar al prójimo resulta imprescindible para poder disfrutar de una sana convivencia en cualquier bloque. Además, trata de imaginarlo por un segundo: la existencia de un vampiro no debe de ser fácil en un lugar como la Costa del Sol.

Sin embargo, a Selene, así se llama la condiscípula de Nosferatu que habita al otro lado del descansillo desde hará un mes y medio, no parece importunarle o, al menos, parece no hacerse mala sangre por el abundante número de horas de luz solar que saboreamos en Málaga. De ella, desconozco por completo si estudia o trabaja. Recluida detrás de unas ventanas de persianas siempre entornadas, mi vecina se esconde durante el día y solo se anima a abandonar su guarida al calor de las primeras sombras del atardecer.

Es justo entonces cuando, atrincherado tras la mirilla de mi puerta, cada noche observo salir de su apartamento a la inmortal Selene, y una y otra vez me pregunto cuántos años llevará teniendo los treinta y pocos que aparenta tener. Porque mi nueva vecina es una vampiresa al uso. Es decir, su imagen constituye un fiel reflejo del cliché draculino difundido por el cine moderno: prendas de vestir negras negrísimas (chaquetas de cuero o interminables capas sobre vestidos ceñidos y botas de tacón de aguja), colmillos afilados y relucientes, labios color caldera, una oscura y ondulante melena, dos grandes ojos azules y unas ojeras carbón que contrastan con el alabastro de su piel tersa, idéntica al blanco mortecino de una raspa de pescado. 

Precisamente, una de las primeras madrugadas con Selene ya instalada en el edificio, mientras yo miraba sin ver la televisión, donde pasaban de nuevo una película de la saga Blade (cómo distinguir cuál de las tres), escuché ruidos en el rellano y corrí a mi puesto de vigía. Allí estaba la vecina, mirando en dirección a mi puerta y abrazada a un tipo larguirucho y odiosamente musculado. Se besaron despacio en el umbral de la entrada. Luego, Selene guiñó un ojo hacia el punto exacto desde el que los espiaba (¡acaso podía verme!) y se internaron en su piso entre arrumacos.

Por supuesto, a esas alturas no albergaba ya duda alguna de que la flamante inquilina del 3ºB era descendiente del mismísimo conde Drácula. Y es que, no por nada, había contemplado incrédulo cómo los operarios de la empresa de mudanzas subían escaleras arriba un ataúd de asas doradas. De hecho, ese día, unas horas más tarde, me crucé en el descansillo con la propia Selene. Yo salía, ella regresaba. Nos presentamos y mi vecina rio divertida (pude intuir el inicio de sus puntiagudos colmillos) cuando aludí a lo curioso del ataúd: “Es raro y muy macabro, ¿no? Pero solo así consigo descansar en paz. ¡Guárdame el secreto, eh!”. No se me ocurrió qué responder, de modo que esbocé una sonrisa. “Encantada, Juan, ya nos veremos”, y se alejó hacia su puerta. Observé que la bombilla del techo no proyectaba contra el suelo la sombra de Selene. “Ven un día a casa y tomamos algo”, dijo antes de desaparecer en la penumbra de su apartamento.

En cualquier caso, pese a que, como acabo de contar, hacía semanas que yo conocía de buena tinta la naturaleza de mi compañera de planta, esa noche del individuo alto y fornido no descolgué el teléfono para avisar a la policía o a los servicios de urgencias, sino que me serví una copa doble y traté de entretenerme con las piruetas y los espadazos de Wesley Snipes en el televisor. Mi sorpresa fue mayúscula cuando, la mañana siguiente, atisbé que el tipo horrendo y musculoso dejaba el piso de Selene de una pieza, silbando una irritante melodía.

Para mi desgracia, aquel hombre fue el primero de muchos. En ocasiones, he contado más de uno por noche e incluso varios a la vez. Todos ellos, muy distintos entre sí. Con diferente estatura, complexión, raza y edad, aunque idénticos en un aspecto: la mañana de después siempre desprenden una energía, un mal llamado aura, que no logro digerir. 

Por eso, tras haberme pasado el último mes leyendo e indagando en Internet sobre vampiros, hoy he arrojado retrete abajo mi medicación y ahora, que cae ya la noche y en la calle se iluminan farolas y neones, dirijo mis pisadas al 3ºB. Encuentro la puerta entreabierta. Dentro, únicamente sombras y cierto aroma sugerente, intenso, indescriptible. Dudo si retroceder, pero el sinuoso brazo izquierdo de Selene emerge de lo oscuro y tira de mí: “¿Cómo has tardado tanto?”.

domingo, 23 de enero de 2022

FH-10

Para unos cuantos espíritus inquietos, hoy repartidos a lo largo y ancho de Europa, y entre los que me incluyo, el calefactor FH-10 de la casa Artron se ha ganado un hueco indispensable en nuestros corazones, a menudo dolientes y tan propensos a padecer melancolía. Y es que, con 1.000 y 2.000 vatios de potencia disponible, protección contra cualquier riesgo de sobrecalentamiento y tres funciones o modos de uso (“Ventilación”, “Cálido” y “Caliente”), el FH-10 sin duda puede parecer un aparato sencillo, pero nunca una simpleza. 

No por nada, esta socorrida estufa de aire cuenta con un termostato regulable y su acabado en plástico blanco de brillo marmóreo invita a pensar en palabras y conceptos, cómo decirlo, ‘GRANDES’: historia, progreso, amanecer, consuelo, etcétera. Además, así lo menciona la compradora Rocío (desconozco los apellidos) en su reseña de Amazon del 28 de octubre de 2017, el radiador FH-10 “ocupa poco espacio y la opción de ponerlo en vertical es un punto”. 

En mi caso, suscribo las palabras de Rocío y confieso que este modelo de la fábrica Artron me viene acompañando fielmente durante ya muchos años, siempre aliviando la fiera crudeza del invierno y evaporando esa humedad otoñal que empapa y cala hasta los huesos. Por ejemplo, mientras escribo estas líneas, escucho cómo el motor del calentador FH-10 trabaja sin pausas ni estridencias, para protegerme del frío más inmisericorde. Porque puede que estemos en pleno mes de agosto y que el termómetro de la estantería marque ahora mismo 40 grados, pero tu carta de adiós esta mañana sobre la almohada me ha helado el corazón.