Crónica del concierto
de Enrique Bunbury en Madrid / ‘Palosanto
Tour’
De riguroso negro y portando gafas de espejo, surgido del
cegador rayo lumínico de un platillo volante, Enrique Bunbury aterrizó anoche en Madrid para firmar el último concierto de la gira Palosanto, exitoso tour con el que ha
recorrido España y Latinoamérica
durante 2014. Era palpable el aroma
a despedida en los minutos previos a la actuación de ayer, y es que en fechas
recientes el cantante zaragozano ha hecho
pública su intención de no subirse a los a los escenarios en 2015 para
dedicarse a proyectos diversos. De modo que el numeroso público congregado en
el Palacio de Deportes de la capital
se entregó con devoción a su ídolo desde el primer momento, dispuestos los
seguidores de el extranjero a
disfrutar de una inolvidable velada antes de la prolongada ausencia.
Y Bunbury, vocalmente impecable, un auténtico derroche de gestos y poses imposibles, llegó con intención
de agradar y hacerse querer, conjurado a dejarse la piel (corrió, saltó, bailó y hasta boxeó) sobre las tablas en cada una de
las veintitantas canciones que dieron forma al repertorio. Hubo espacio para lo
nuevo (Despierta, Más alto que nosotros sólo el cielo, Prisioneros, Hijo de Cortés o Salvavidas,
del LP Palosanto) y también para los grandes de éxitos de sus discos
anteriores: de Flamingos sonaron la coreadísima Lady Blue y la potente El
club de los imposibles. De El viaje a ninguna parte el maño
recuperó la conmovedora El rescate y
la alentadora Que tengas suertecita.
Para la sorpresa del respetable, también salieron a
relucir A contracorriente (Radical
Sonora) y Puta desgraciada
(perteneciente a ese maravilloso álbum grabado a medias con Nacho Vegas, El tiempo de las cerezas).
Una vez más Enrique recuperó el cancionero de Héroes del Silencio interpretando Deshacer el mundo. En conjunto, un setlist contundente, explosivo y con tintes reivindicativos,
repleto de grandes temas que fueron coreados por un público rendido a Los Santos Inocentes, esa banda que
suena a la perfección, tan demoledora como virtuosa; especialmente inspiradas
las guitarras de Álvaro Suite y Jordi Mena, así como los teclados del
maestro Jorge “Rebe” Rebenaque.
El caramelo musical encima vino envuelto en un más que elaborado juego de luces,
acompañado de una gigantesca pantalla, que en nada desmerecería a las mejores producciones
internacionales. Quizá se echó en falta la aparición de algún artista invitado,
y personalmente a este servidor le habría gustado escuchar Enganchado a ti, pero ya rondaban las dos horas y media de
concierto y Bunbury, tras afirmar “una
más y dejamos de joder”, entonó las primeras líneas de la sensacional El viento a favor:
“Si ya no puede ir
peor
Haz un último
esfuerzo
Espera que sople el
viento a favor
Si sólo puede ir
mejor
Y está cerca el
momento
Espera que sople el
viento a favor”
Mensaje optimista para los tiempos que soportamos. Luego estalló
una ola de aplausos y vítores (“¡no
tenemos prisa!”, había contestado el público cuando en el primero de los
bises el zaragozano bromeó acerca de
la posibilidad de que los presentes hubiesen quedado para después de la actuación:
“A lo mejor tienen planes y quieren irse
ahora”). Incontables las muestras de cariño de unos seguidores fieles que
se resistían a batirse en retirada, ansiosos de más. Pero el platillo volante ya había despegado. Nadie sabe dónde ni en qué
fecha volverá a posarse. Toca esperar para descubrir lo nuevo del legendario
artista maño. Eso sí, para siempre quedará el recuerdo de anoche cuando Enrique Bunbury, aparcado el ovni por
un rato, conquistó Madrid en el que fue
el último entre los últimos shows sobre la Tierra.