La de Andrés Calamaro no fue una noche bohemia, aunque el
título de su último trabajo se prestaba a ello. El de ayer, celebrado en un
concurrido castillo Sohail de Fuengirola (Málaga), consistió en un concierto
festivo, entretenido y sobre todo solvente. A estas alturas, Calamaro no te
toma al asalto sino que es la sucesión de canciones, el acumulado del show, lo que te atrapa y perfila la sonrisa de satisfacción con la que vuelves a casa.
Porque a día de hoy el músico argentino (AKA el Salmón) sigue siendo tan brutalmente
honesto como los tiempos permiten.
Pasadas las diez de la noche, cuando todavía muchos
remoloneaban en los accesos al castillo Sohail, la mal distribuida arena de
esta antigua fortaleza fuengiroleña lucía medio vacía. Ante la imposibilidad de
instalar gradas, la organización optó por ubicar las localidades de silla junto
al escenario, dejando detrás al público de pie, lo que no propiciaba la
comunión entre artista y público. Aun así, ataviado con sus perennes gafas de
sol, Calamaro saltó a las tablas queriendo agradar. Vestido de riguroso negro, salvo
por los zapatos, de un rojo eléctrico, el cantante mostró un gran estado de
forma. Está más delgado, ¿no?, oí que decían alrededor. Algunos neófitos, en
cambio, se preguntaban por el calamar de peluche que colgaba del pie de micro
del argentino.
El arranque del concierto puede catalogarse de tibio,
como si la banda y el propio Calamaro calentasen motores. Hubo que esperar
hasta la aparición de El salmón,
primero de los muchos clásicos que desfilaron anoche, para que se desatase la
locura y el público batiese palmas y corease cada uno de los versos. Y es que
si algo caracteriza al argentino es su habilidad como letrista, esa capacidad
de escribir canciones que, entre etéreas y mundanas, inoculan su tinta en el
recuerdo colectivo.
Varios de estos temas sonaron anoche: Loco, Flaca, Estadio Azteca, Crímenes perfectos, Te
quiero igual, Canal 69, Carnaval de Brasil y Paloma, entre otros. En conjunto,
fue un setlist acertado y potente, que combinó éxitos del pasado con piezas del
reciente y aclamado Bohemio (Doce Pasos, Cuando no estás o Rehenes; ésta
última, sin duda el mejor corte del disco para el aquí firmante). También hubo
hueco para lo sorprendente y, de esta forma, Calamaro versionó a Lou Reed y su Walk
on the wild side, así como también interpretó el atemporal Volver de Carlos
Gardel o el Mueve tus caderas de los Burning. El futbolero himno a Maradona
tampoco faltó en el repertorio de ayer y fue coreado al tiempo que en una gigantesca
pantalla situada detrás de la banda se proyectaban históricas jugadas del
mítico Pelusa.
Fue después de esta canción cuando Calamaro pidió el
apoyo y aplauso del público para el combinado argentino. No quiero comentar mucho
más hasta el domingo, para no gafarlo; ante Holanda me funcionó, explicó entre
risas el músico, que había arrancado la velada más callado de lo que
acostumbra, tardando casi una hora en dirigirse al respetable (Buenas noches,
Málaga). Sin embargo, una vez que Andrés empezó con sus alocuciones, ya no
paró. Entre los numerosos parlamentos, quizá el más llamativo fue su petición, medio
en broma, medio en serio, de una monarquía para Argentina con Javier el
jefecito Mascherano como rey. A esas alturas del concierto el eterno salmón ya
se había metido al público en el bolsillo y los temas se sucedían entre
alharaca generalizada y multitud de botes y gritos de júbilo.
No ha de obviarse la calidad del sonido. Calamaro se
acompaña de unos músicos magníficos que lo escoltan y le dan la seguridad necesaria para
que el argentino abandone los teclados y la guitarra, y se dedique a cantar y contonearse
de un lado otro, la pose siempre expresiva, los ademanes taurinos. La banda sonó
maravillosamente bien anoche. Memorable fue el momento improvisación, a través
del cual todo el castillo Sohail se convirtió en un gigantesco local de ensayo para
acoger una inspiradísima jam session. Los dos guitarras, en especial, rayaron a
un fantástico nivel durante todo el show, con solos sobrecogedores. Además, la experiencia,
el caramelo calamariano, vino envuelta en un espectáculo de luces e imágenes
muy conseguido. Así se comprobó durante los bises, cuando la banda interpretó Alta
suciedad y el público rugió al ver proyectadas imágenes de púgiles de la talla
de Muhammad Ali sobre el cuadrilátero.
El broche final corrió a cargo de Los chicos, canción con
la que Andrés rindió homenaje a los amigos e ídolos caídos (si te toca ir
arriba antes que yo…, entonó el argentino). Entre vítores y oes, Calamaro se
retiró de la luz de los focos. La masa pidió más, pero el Salmón no regresó al
escenario para otro encore. Se despidió de Málaga tras un show de dos
horas. A buen seguro no habrá que esperar mucho hasta su próxima visita. Ya sea
dentro de los límites de una sala de conciertos o un teatro, o incluso en la
palpitante atmósfera de una fortaleza milenaria erigida junto a la playa, la
Costa del Sol es territorio afín al calamar Calamaro. La tinta de sus letras
corre por nuestras venas. Sangre negra como el cristal de sus perennes y
noctámbulas gafas de sol. ¡Grande, Andrés!
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Para saber más de la gira de Andrés Calamaro este verano por España, visita su web oficial.