Pasolini: el último paso
Un hombre que monta gafas oscuras ha de esforzarse para
no acabar viendo la vida color negro. Tono con el que barnizar cada puerta,
coche y corazón, según Mick Jagger.
Esmalte que pinta los ojos de madrugada. De fiesta o dormidos. Pier Paolo Pasolini, soñador y
noctámbulo, invocó su muerte en voz alta: “Todos estamos en peligro”. Aunque
unos más que otros, conocemos los periodistas. Y, horas después de esa
entrevista, la playa romana de Ostia
borró la pisada de este artista inabarcable: cineasta, poeta y dramaturgo,
pensador, semiótico. Brutalmente golpeado hasta el desvanecimiento, arrollado
por su imponente Alfa Romeo, ahogado
de ganas de seguir siendo, Pasolini provocó
por última vez.
De la noche del 2
de noviembre de 1975 nos queda —quedará siempre— el misterio. “Nunca he
dicho saber quién lo mató”, se excusaba Abel Ferrara a su llegada en barco a la Mostra
de Venecia. Del director de Teniente Corrupto esperábamos una conspiración. Lógico. Anhelos los nuestros de una sesuda
trama política. Ahí, ahí, apuntaríamos extasiados al presenciar en el cine esa
velluda mano negra —o tal vez sólo su sombra— que, incapaz de silenciar al
genio, opta por estrangularlo. Decidida a coser sus labios eternamente. Pero el
realizador neoyorquino, jamás predecible, con frecuencia estrafalario, ha
preferido la versión oficial a una tarántula de fabulaciones. Por eso nos
brinda un retrato sobrio y elegante, con pinceladas oníricas.
Pasolini viaja por los instantes finales del intelectual
italiano. Una travesía sentimental a través de sus pasiones: el amor, el
fútbol, su madre y su arte. La cinta es rica en monólogo interior. En juegos
narrativos. Observamos al creador editar Saló
o los 120 días de Sodoma. También lo vemos teclear en su máquina de
escribir la inconclusa novela Petróleo.
Y de repente brota una escena, un mundo nuevo, que incendia la pantalla.
Recuerdo y ficción barajados. Antes y después superpuestos ahora. Literatura
concebida bajo el techo de su idolatrada mamma.
Esa que habrá de llorarle tanto como Pier
la quiso.
Willem Dafoe es Pier en un metraje de apenas hora y cuarto que viste de Babel. Del inglés de Wisconsin al italiano. Guirigay de lenguas para el oído atento al VOSE. Mezcolanza acorde a los distintos encuadres de cámara. A las variaciones de ritmo. Y a esa fusión de melodías que compone una banda sonora ecléctica. El cine de Abel Ferrara tiene alma de embelesador. Nos cautiva. En esta ocasión cuenta con la ayuda de un camaleón apellidado Dafoe. Que ya antes de visitar maquillaje se daba un aire al ilustre cineasta. Sin duda, inspirada actuación de la estrella hollywoodiense: “He tratado de habitar los pensamientos de Pasolini”, ha confesado a los medios de comunicación. ¿Pero qué última idea cruzó la mente del intelectual cuando se encontraba amoratado y arrodillado sobre la arena? Jamás llegaremos a saberlo. Tampoco por qué lo mataron. Italia, como España con Lorca, nunca podrá olvidar —ni perdonarse— la pérdida de un artista total. Quisieron borrar su paso, pero el cine no entiende de injusticias. Sólo de sueños.
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Crítica de cine publicada en la sección El crítico prejuicioso de Mayhem Revista.