Cuentan en la ciudad argentina de Tandil que René Lavand
nació con dos manos y una baraja de naipes bajo el brazo. A los nueve años la mala
fortuna a los mandos de un automóvil le arrebató la derecha. Sin ganas de
retirarse tan pronto del tapete, René Lavand niño jugó todas sus cartas a la
mano izquierda como si nunca hubiese necesitado la otra. Así aprendió una
técnica de magia inexistente: la lentidigitación.
“No se puede hacer más lento”, su lema al final de cada truco. Pero en realidad
lo suyo no eran trucos sino ilusiones. “Vivan la ilusión, como me permito yo a veces”,
nos aconsejaba Lavand con cálida voz de abrazo. Y seguidamente sonreíamos
asombrados cuando le veíamos extraer el mismo naipe que alguien entre el
público había elegido y barajado a escondidas. Arrancaba nuestro aplauso cuando
intercambiaba las cartas de un lado a otro de la mesa sin tocarlas. De repente
las rojas pasaban al lugar de las negras. Y las negras al de las rojas. Sabía
maravillarnos cada vez que colocaba un as del revés encima de la baraja y lo
recuperaba boca arriba al fondo del monto. Así eran sus actuaciones. Fantásticas.
Tan inolvidables como su oratoria. Porque igual que Lavand no hacía trucos sino
que los representaba. El gran mago argentino tampoco hablaba. Contaba. Se
caracterizaba por narrar con delicada exquisitez. Dominaba la palabra y
disfrutaba recitando anécdotas: duelos en el Lejano Oeste, encuentros con gitanos, desafíos entre
prestidigitadores. La mayoría de las historias fabuladas. Pero también muchas ciertas.
Y qué bien sonaban. Cuánta elegancia en la expresión. Cuánto amor por su
público. El de Tandil aderezaba los relatos con menciones a ilustres escritores
y pintores. Unamuno y Picasso presentes en todas sus funciones.
Lo admiraban los grandes maestros de su arte: Tamariz, Pollock y Coppefield. Y muchos seguidores que hoy
nos descubrimos apenados. Porque ayer murió el cartómano René Lavand a los 86 años. Su fantasmal mano derecha arrastró
el resto de su cuerpo hasta el lado de lo invisible. Cuesta decir adiós a este
caballero del naipe que tan hermosamente narraba milagros de tapete. En Youtube nos quedan los vídeos de sus shows. Me hubiese gustado conocerlo en
persona. Verle en directo. Le habría preguntado cómo hacía el juego de las tres migas y el pocillo. “¿Para qué descubrir,
joven?”, su probable respuesta. La de René Lavand nunca fue una ilusión manca. Derrochaba
autenticidad a manos llenas. El mago argentino por antonomasia dedicó su existencia
a emocionar al mundo. Ese mundo perdió este sábado parte de su magia. Poca en
comparación a toda la que nos brindó en vida. Descanse en paz René Lavand. En
el cielo ya toman asiento para su próxima actuación.
domingo, 8 de febrero de 2015
Adiós al cartómano René Lavand (artículo)
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