Trazas líneas de carboncillo. Al principio, inconexas o
muy crípticas, ya luego empiezan a cobrar forma y puedo intuir curvas y espacios
angulosos, y aquello se parece a un frondoso árbol, lo otro me hace pensar en
una pareja; sí, una pareja, ella y él sentados junto al curso de un río o
arroyo que serpentea y se pierde entre requiebros lejanos. La ruta brota de tu
grácil mano. Yo recorro un brazo bronceado. Miro tus ojos, que miran algo
entornados, tan concentrados que parecen ver más allá del papel y diría que
hasta leen la parte de atrás del mismo, el envés de la hoja.
Mientras dibujas la lengua te asoma entre los labios en
un gesto bobo, conformando una mueca de entrañable determinación, como cuando
una niña se esfuerza mucho en una tarea, y eso me permite observar tu yo
pretérito, aquel que jamás conocí pero que ahora adivino. Algunos tics nos
retrotraen largo tiempo atrás.
Absorto, imagino que los dos estamos hechos de
carboncillo y que no sólo lo que esbozas en la blanca realidad del papel se nos
parece, sino que realmente somos nosotros los protagonistas de tu boceto, que
habitamos allí dentro, junto al río o arroyo, atrapados en límites
bidimensionales. Y sé que a ti no te importa nada de lo que comento. Y sé que me
ignoras porque prefieres continuar pintando. Pero es que tus movimientos resultan
cada vez más feroces y guías una mano que se esmera en perfilar los detalles que
tus hermosos ojos anticipan, o eso quiero pensar yo, que me acurruco a tu
lado mientras cierro los míos.
Llegan con nitidez a mis oídos los golpecitos del lápiz contra
la lámina. Es el ruido que siempre haces cuando trazas tus difusos fantasmas de
carboncillo, esas siluetas condenadas a la invisibilidad y al olvido, la más
cruel de las pérdidas. Me temo que lentamente tus dibujos, al igual que
nosotros, se irán borrando. Aventuro que terminarán por desvanecerse, que se
convertirán en corpórea nada. No te aflijas, aún queda mucho. Y lo sé porque, acurrucado
a tu vera, con los ojos cerrados, siento y oigo como trazas sobre la celulosa,
veo todo aquello que no ves, y también percibo, a mi nariz llegan, las trazas
de tu perfume, quizá lo único verdaderamente imborrable.