Miércoles,
12 de marzo
Anoche me quedé hasta las tantas leyendo
cuentos de Gabriel Suárez. Me sentía incapaz de separar los ojos de su ‘Libro
de las raíces’. Fascinante el talento del uruguayo para narrar y el uso que
hace de los adjetivos, también las imágenes que crea y las situaciones de las
que habla en sus relatos. Me gustaría escribir las palabras que él ha escrito.
Mientras leo sus cuentos siento que son historias que él arrancó de mi cabeza
antes de que yo las pudiese pensar... Me entra la duda: ¿Qué diría del libro si no me lo hubiese recomendado
Sara? Es más, ¿Sin haber recibido su inesperado mensaje me habría puesto a
leerlo de un día para otro? No lo tengo claro. Lo que sí tengo son unas ganas locas
de terminar hoy en la oficina y volver a casa. Esta noche, después
de echar el teléfono a María, continuaré leyendo.
Domingo,
16 de marzo
Anoche me volví a quedar leyendo a Gabriel
Suárez hasta bien entrada la madrugada, igual que el resto de la semana. En cuanto leí la última letra, me fui
de nuevo al inicio del 'Libro de las raíces'. Esta segunda lectura la estoy
disfrutando aún más que la primera. Anoche me dormí tan tarde que hoy no he
escuchado el despertador y he dejado plantada a María, con la que había quedado
para comer, después de llevar días sin saber de ella. Por teléfono daba la
sensación de que no me lo tenía en cuenta. Sabe que me llevo trabajo a casa.
Sara, por lo que cuenta en sus mensajes, también lo hace. Me resulta increíble
que, después de años sin hablarnos, ahora me escriba casi a diario. De aquel
inicial “leyendo este libro me he acordado de ti, debes leerlo” a los largos
mensajes que nos llevamos intercambiando desde el martes. Jamás pensé que
contestaría las líneas en las que le daba mi impresión sobre los cuentos y la
escritura de Suárez. Pero lo hizo. Lo hizo a pesar de que no hemos mantenido contacto
desde la carrera. De Montevideo y sus distintos cursos y trabajos he ido
sabiendo a través de Manu y Lola, que siempre fueron más amigos de ella. Me había
olvidado de Sara. Noto que hasta había olvidado que no me acordaba de ella.
Domingo,
23 de marzo
No deja de sorprenderme Suárez. Ya no
es que lo lea cada noche sino que, además, comienzo a sentirme como si fuese un
personaje escapado de uno de sus cuentos.
Ayer llevé a María a cenar y me sucedió algo extrañísimo. Fuimos a un
restaurante del que me habían hablado muy bien; en él se preparan platos
jugosísimos y a menudo deleitan a los clientes con curiosas actividades: desde
música en directo a recitales de monólogos. El espectáculo cambia de un día a
otro. Sin embargo, el divertimento de anoche quedaba fuera de lo habitual.
María y yo lo descubrimos pronto. Pululaba por allí una gitana envuelta en ropajes
que aseguraba poseer poderes mágicos. Ella dijo ser una maga, pero “una maga
buena”, aclaró con rapidez. Y también afirmó, tenía la voz ronca: “Si les place,
y por cortesía del establecimiento, durante la velada recorreré las mesas e iré
leyendo la suerte de los que quieran saber su futuro”. A María le pareció una
idea fantástica y me hizo prometer, con la ilusión de la niña que una vez fue
en sus ojos, que no nos marcharíamos del restaurante sin haber permitido antes
que la gitana nos leyese la buenaventura. En otra situación me habría hecho
ilusión la idea. Sin duda, podía ser algo divertido. Pero, en cuanto vi aparecer
a la maga, un mal presagio me revolvió las entrañas. Con inmediatez recordé a Suárez
y su cuento titulado ‘Profecías’, y me asustó la similitud. Y, como si con mis
negros presagios hubiese despertado los resortes que mueven el mundo, la gitana
se acercó a nuestra mesa. Nos eligió los primeros. El resto de clientes nos
observaban mientras la maga me cubría la cabeza con pétalos de rosas rojas.
Después, cogió una silla y se sentó enfrente. Me miraba con fijeza. Vi que sus
ojos eran negros como el carbón. Entonces, la maga me anunció: “Dentro de un
mes, la espera llegará a su fin”. Todos los presentes aplaudieron
entusiasmados. María sonreía a mi lado: “¿Qué habrá querido decir, cariño?”, me
preguntó. La gitana se alejó hasta la siguiente mesa y yo me quedé en silencio.
Durante largo rato estuve pensando en las casualidades, en Suárez y en Sara,
sobre todo, en Sara.
Martes,
22 de abril
Todavía no sé si Montevideo se parece a la idea
previa que me había hecho de ella. No llevo mucho tiempo en la ciudad. Aun así,
en las pocas horas que han pasado desde que me bajé del avión, ya he tenido
tiempo de recorrer sus calles y visitar algún lugar emblemático, típicamente
turístico, como la Plaza Fabini o la Playa de los Pocitos. He almorzado en un
bar del Bulevar España. La comida era muy sabrosa, también barata. Ahora estoy
sentado en un banco del Parque Rodó. Llevo un rato releyendo cuentos de Gabriel
Suárez. No me canso del ‘Libro de las raíces’. Compagino su lectura con la
escritura de estas líneas. En realidad, sólo hago tiempo o, a lo mejor, sólo lo
mato. Sí, mato el tiempo mientras espero a reunirme con Sara. La he llamado
nada más aterrizar. Hemos quedado para tomar un café, de modo que la espero.
Creo que no he hecho otra cosa desde hace años.