Nadie
en el barrio sabe si vino antes el libro o la camiseta. Pero un día
cualquiera, la tarde que empezó a ser conocido como El Sueco, El
Sueco entra en el bar de la esquina y empieza a disertar de la obra
de Philip Roth. Según cuentan, es la primera vez que El Sueco viste
su, luego célebre, camiseta de la selección de fútbol sueca y en
las manos ya sostiene ese inseparable ejemplar de Pastoral
americana.
Quizá no habría sido motivo de mayor comentario, acaso mera
anécdota expuesta al olvido, de no haberse repetido este
comportamiento tan peculiar en todo lugar y circunstancia a partir de
la fecha. Aunque, entre los vecinos, ha dejado de resultar extraño
toparse con el Sueco recitando a Roth en la sala de espera de la
planta quinta del ambulatorio al final de Reina Mercedes o divisar a
El Sueco explicando a Roth a su predecesor en la fila de cajas del
Dealz de Bravo Murillo o, y dicen que entonces su voz tiene un matiz
cadencioso, casi hipnótico, escuchar palabras de El Sueco sobre las
novelas de Roth emergiendo de la boca de metro de Estrecho más
próxima a Juan de Olías. El
Sueco siempre. Y siempre con Roth en los labios. Muchos son los que,
tal vez hartos, han acabado por preguntarle: “¿Por qué, Sueco,
por qué?”. Pero El Sueco jamás responde. Sin cambiar de tema,
tampoco de camiseta, El Sueco sigue con Philip Roth y su gastada
camiseta de la selección de fútbol sueca. Nada ni nadie mejor para
hacerse El Sueco.
(DEP,
Philip Roth)