Curiosamente
simétricas (mismo cardado color platino, hermanas de gafas de ver,
análogas en edad y constitución) dos señoras mayores beben y
conversan en la mesa de al lado. Repasan la distribución del piso de
una de ellas. No llegan a un acuerdo. Te repito que ese cuarto queda
enfrente del zaguán, una continuación directa, explica la
propietaria del inmueble. ¿Tú crees?, insiste la amiga y dice más,
yo creo que no, que tu habitación cae justo detrás del recibidor,
cierto, pero formando un ángulo, ¿sabes a qué me refiero?, es todo
un requiebro lo que hay ahí. Y vuelven a empezar o más bien vuelven
a la carga, cada una con su punto de vista inamovible, que es quizá
lo único que me las diferencia o me permite distinguirlas. Llevan
horas enfrascadas en la cuestión espacial. Terminadas las ultimas
copas de vino, ambas deciden retomar el tema al día siguiente. Se
prometen argumentos convincentes. Una tomará medidas de casa,
incluso le pedirá la cinta métrica a su nieto. La otra aparecerá
con una vieja fotografía tomada hace muchos fines de año. Ahí se
verá claro, garantiza. Se despiden con dos besos para luego caminar
juntas calle abajo. Mañana por la noche coincidiré de nuevo con
ellas en el bar. Desde mi mesa, tan cerquita y contigua, pegaré el
oído. Y ninguno de los tres querrá cambiar de vida, de idea, ni tan
siquiera de postura.