Tuvo
mala suerte y peores libros. Aquella noche ninguna frase distrajo sus
ojos ya fantasmas. Esquivos al consuelo. Por eso durmió con palabras
distintas. Muchas jamás leídas ni escritas. Sordas y ciegas.
Mientras que otras parecieron palabras arrepentidas o pronunciadas a
deshoras. Imagino que esa madrugada cada sueño intermitente fue un
recuerdo cansado de recordarse. Duermevela hipnótica hasta que una
última vuelta sobre la almohada nubló su corazón de arena.
Entonces quiso escapar corriendo. Pero no encontró camino. Y qué
gesto tan revelador: mesarse el pelo una y mil veces. Algo me dice
que intuyó la escapatoria mirando su tiempo a contraluz. Igual que
quien contempla una ilusión perdida. Sé que en ese momento tuvo
miedo y mala suerte. Como en el peor de los libros, dudó si llamar.
Me hubiera gustado oír su voz. Sin embargo, el periódico desvela que
prefirió sumergirse en la bañera. A escribir su desenlace.