Como
Al Pacino
en la película Insomnia
hace
noches que no duermo. Al actor de Brooklyn le cegaba esa luz del
Norte que yo he perdido. Sin esperanzas habito un mundo privado de
sueños. Pesadilla de la que tampoco sé despertar. Antes contaba
ovejas. Me ilusionaba contar cientos de ellas. También anotaba cada
vuelta que daba sobre la cama. Era espectador del mundo a través del
fluorescente reloj digital: minuto 21 de tal hora, minuto 22, el 23,
24… Convertido en oyente de una radio celestial. Recuerdo cómo
deseaba que el arrullo de esas voces habituales lograse calmar y, de
esta forma, conjurar mi descanso de borrego. Pero días atrás
derramé el último sorbo de fe. Ni tan siquiera se me ha brindado
una duermevela incómoda de la que emerger luego sudoroso,
angustiado, con la mano palpando un corazón por instantes detenido.
Sólo se me permite fantasear que duermo. Por eso paseo mi insomnio
de un extremo a otro de la casa. Ruta lenta sobre un raíl creado a
base de repeticiones. El perro siempre me acompaña, como una sombra
peluda. Es el único dispuesto a compartir mi carga. Y damos giros y
giros al salón, al pasillo, a la cocina. Nos paramos con dedicación
a contemplar las mismas fotografías. A recordar las imágenes de una
vida. Somos la cofradía con el recorrido procesional más corto. Y
la más triste. Cuando desespero, ocupo el sillón y la bestia me
observa con ganas de rebelarse. Ya llevamos varias noches que en
pijama deambulamos por las calles. Así he conocido a otros que
tampoco pueden dormir. Los sin sueños, se hacen llamar. Se reúnen
alrededor de los bancos del parque a horas intempestivas. También en
algunos bares escondidos del centro. Incluso junto al dique cuando
sube la marea. Son lobos que cantan sus lamentos y llenan de rabia la
oscuridad. Que arrastran vigilias interminables y odios antiguos
hacia el rebaño. Dicen ser fantasmas anticipados. Los olvidados por
el descanso, apunta el cabecilla. Ayer finalmente me propuso formar
parte del nuevo ejército. A cambio únicamente demanda mi lealtad y
sacrificio. “Has de estar dispuesto a todo”, fueron sus palabras.
Y tiene razón: nadie debería existir sin sueños. Merecemos otra
cosa. Oigo rumores de que pronto atacaremos. Ocurrirá mientras
dormís.
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