Alice se olvidó de Alice. Se acuerda de la niña que una
vez fue. A ratos también se acuerda de sus niñas. Ya mayores. Pero no consigue
verlas por mucho que mire alrededor. Hijas irreconocibles para esos ojos claros
de Alice que ahora brillan vacíos de recuerdos. Alice quiere seguir siendo
joven. Seguir siendo Alice. Eso sueña las noches que no puede dormir. Mientras
que durante el día duerme el insomnio de esas incontables madrugadas que va
olvidando. Alice pelea su desmemoria con palabras. Las repite. Intenta retenerlas.
Y por unos instantes las atrapa. Aunque enseguida se vuelven transparentes. Tan
invisibles que no recuerda su trazo. Cómo se escribían. El teléfono móvil con las
alertas y el autotexto supone el
mejor punto de apoyo. Es el bastón que guía su lento caminar. Pero Alice
siempre prefirió correr. Anudarse las zapatillas de deporte y salir a correr
hasta perderse para quizás así terminar encontrándose. Sin embargo, hace tiempo
que Alice ya no se encuentra en ningún sitio. Ni siquiera cuando cruza el
campus en el que dio clases durante años. La universidad se ha vuelto un lugar tan
extraño como las hojas del calendario. Todas las fechas le parecen iguales. La
misma. Ayer fue hace un mes. O tal vez fue hace tan sólo un suspiro. Quién
sabe. Hoy es sucesión de infinitos fogonazos y sombras. De risas y llantos. Hoy
en realidad no existe porque existen demasiados hoy a lo largo de un día. Y Alice
tampoco tiene fuerzas para pensar en mañana. Sabe que se le olvidará sin
remedio. Alice ni siquiera consigue recordar cuánto echa de menos a su familia.
Cuánto añora el trabajo. Esa vida que ha ido borrándose ante sus ojos.
Perdiendo el trazo. Al otro lado del espejo Alice no reconoce a Alice. Es el
rostro de su fantasma. Alice no está y está. Alice. Todavía Alice. Siempre
Alice.
martes, 10 de febrero de 2015
'Siempre Alice' (artículo)
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