Mr. Turner: cuando pinte mi
obra maestra
En el 71 Dylan
se rodeó de The Band para cantar que
todo sería distinto cuando pintase su
obra maestra. La pintura, la música y hasta la escritura, tres formas distintas
de arte, tienen en común lo tedioso del proceso. El resultado, entiéndase la
obra terminada, emana gloria, maravilla, pero el camino hasta el último golpe
de pincel supone en casi todos los casos una esforzada agonía.
Por eso no hay divertimento en ver a un escritor darle a
la tecla, a un músico invocar notas y acordes, y a un pintor (horrible
redundancia la que sigue) pintar. De modo que una película sobre la figura de
un pintor (si busca la veracidad de lo que refleja) no tiene otra posibilidad que
ser lenta, agotadora y aburrida. Y, por supuesto, Mr. Turner lo es.
Los últimos veinticinco años de vida del genial artista
británico J. M. W. Turner, maestro
de la pintura de paisajes, referente en el uso de la luz y precursor de
impresionistas, son aburridos, aburridísimos. Y mira que le ocurren cosas a
este hombre durante ese cuarto de siglo: afronta la muerte de su padre, sufre el
ninguneo de la crítica y las burlas del público, frecuenta burdeles, vive la
aparición de la máquina de vapor y la cámara fotográfica, viaja continuamente
en busca de inspiración (es un incansable estudioso) y en uno de estos
desplazamientos se enamora de una posadera que cambiará su forma de entender el
mundo. Pero el espectador no se divierte mientras asiste a las peripecias del
personaje.
Sólo el goce estético redime esta película y la eleva a categoría de joya. El espectador perdona el aburrimiento porque en el fondo está disfrutando. Así somos. Y no es para menos ya que Mr. Turner merece cada una de sus nominaciones a los Oscars. La banda sonora únicamente puede calificarse de preciosa. Dan ganas de cerrar los ojos y deleitarse con el placer de su escucha.
Pero no lo hacemos porque tal acto implicaría perderse la
minuciosa ambientación histórica (siglo
XIX), los cuidadísimos atuendos de época y la fabulosa fotografía que casi
parece una sucesión de óleos paisajísticos dotados de movimiento. Además, Timothy Spall está soberbio, de premio.
Un abanico de matices su interpretación. No necesita el histrionismo para
emocionarnos. Odio los lugares comunes pero “realmente nació para este papel”
(ahora sí soy un crítico de cine, ¡al fin!).
Mr. Turner visita el drama y la comedia, lo absurdo y también lo muy
personal. Cabe todo en esta biografía de casi dos horas y media. La sensación
final que nos queda es de ternura hacia una figura a la que (gracias a Dios) no se santifica sino que aparece
con todas sus bondades y bajezas. Cuando llegan los créditos el público conoce
mejor quién fue Turner, sus rarezas
y egoísmos, y diría que hasta le ha cogido cariño (si esto resulta posible con
alguien finado siglos atrás).
El camino es aburrido. El proceso que conduce al arte parece
requerirlo. Pero no pasa nada por aburrirse un poco (o mucho) si el sacrificio nos
permite disfrutar de una cinta tan espléndida como Mr. Turner. Una vez más Dylan,
que algo sabe de pinceles, estaba en
lo cierto: todo es distinto cuando se pinta una obra maestra.
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Crítica de cine publicada en la sección El crítico prejuicioso de Mayhem Revista.
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Crítica de cine publicada en la sección El crítico prejuicioso de Mayhem Revista.