En Málaga el Carnaval brilla con luz
prestada. Son los fantasmas de la última Navidad quienes todavía iluminan calle
Larios. Porque este año los carnavales de la ciudad invocan al espíritu del
cine mudo. Defienden el goce visual a costa del auditivo. Por eso en los otrora
ruidosos teatros Cervantes y Alameda este febrero se canta muy bajito. Y los
versos suenan tan quedos que ni siquiera dan la murga al sueño de los vecinos. Tampoco
se oyen los habituales pitos y tambores. Ni las voces a coro. Con suerte uno
escucha algún susurro vestido de comparsa. Mientras que en la calle poquísimos
se disfrazan. Recorriendo el Centro ya no se ven los V de Vendetta, Doraemon y
Transformers de años anteriores. La
fiesta en sí misma se ha transformado. Ha adquirido una sorprendente quietud
contemplativa. Se nota en las discotecas vacías. Ahora quiebran todos aquellos
locales que acogían el celebradísimo Carnaval Joven. Y qué fue del Carnaval del
Mayor y sus bailes. Parejas detenidas a mitad de paso. Sepultadas bajo algún
conjuro que no las deja regresar. Que las ha convertido en espectadoras mudas. Tampoco
nadie protesta. El espíritu reivindicativo de estos festejos se ha perdido
hasta en la gala drag queen. Tenemos
un Carnaval disfrazado de Cuaresma. Una autoparodia
sin gracia. Atrás han quedado las comparaciones con Cádiz. Ahora sólo importa la
iluminación. Capítulo en el que este 2015 vamos sobrados. Mosquitos faltos de
sangre aunque atiborrados de luz. En Larios hace meses que no se pone el sol. Días
que en realidad son uno sólo. Largo e inacabable. Siempre el mismo. He oído que
las fotografías allí salen preciosas gracias al inmenso flash que cubre toda la
calle. No lo dudo. En los carnavales de Málaga ya no usamos caretas ni
disfraces. Pero un buen juego de luces también logra disimular los peores
defectos.
jueves, 12 de febrero de 2015
Juego de luces (artículo)
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