El vaquero y su plateado revólver abatieron al indio y
éste se desplomó dejando caer su hacha afilada y los espadachines cruzaron el
filo de sus espadas e intercambiaron estocadas y de sus heridas brotó blanca sangre
de papel y la blanca ballena también sangró cuando el aguijoneado arpón se
incrustó en su lomo y su dolor se reflejó en las aguas como el reflejo de
Alicia le llegó desde el espejo antes de caer por la madriguera del conejo
hacia un mundo imposible al igual que, pese a lo imposible, el cohete aterrizó
en la luna y antes el submarino había horadado los gigantescos confines de
20.000 leguas oceánicas y los gigantescos molinos se habían enfrentado al cruzado
caballero y los más escabrosos crímenes habían sido resueltos por la mente más
inteligente de su caballerosa época, una época posterior al descubrimiento de
una isla que albergaba un tesoro, que era pirata y estaba compuesto de piezas y
monedas de oro y se hallaba bajo tierra, desenterrado como aquel escarabajo,
también dorado y casi olvidado, como todo lo anterior, que ocurrió entre los
polvorientos y desordenados estantes de una vetusta librería.