Toda
ojos, Sara escudriña el imponente hall del hotel Meliá
Castilla. Se encuentra aquí para contar para su medio la primera
jornada del último congreso nacional sobre Cirugía. Y yo... Estoy
perdido. Porque nada sé de Medicina y porque, pese a no habernos
visto jamás, veo que Sara sí me ha visto llegar, surgido del frío
callejero de un Madrid en noviembre, y su falda es un dibujo de tela
vestido de imán oscilante, atrayente, sobre unos leotardos color
amarillo. Atrapado, acudo a decir hola. Estrecha mi mano. Nos
sonreímos. De repente, alguien de la organización, casi tan
sonriente o alegre como nosotros, guía nuestros pasos hasta una
pequeña sala de prensa del piso decimocuarto. Hay zumo y café en
una mesita próxima a la ventana. Sara, que ya me ha dicho que se
llama Sara, mira fuera y da sorbos de su taza mientras la miro y
sorbo cada una de sus palabras. Habla muy deprisa, entusiasmada, como
si supiera que nos faltará tiempo. Entonces entra la eminente
doctora Dolores Fuertes, que parece no querer saber que nos
interrumpe. REC de la grabadora: “Buenos días, vengo a
detallar las principales ponencias de este exitoso congreso […]
Debemos abogar por la Innovación, con mayúscula […] Y el uso de
robots en aquellas intervenciones quirúrgicas que alberguen mayor
dificultad […] La nueva Cirugía, también escrita con […] Por
el bienestar del paciente...”. Qué impaciente yo. Que, todo ojos,
con precisión de bisturí interrumpo, deseo, pregunto: “¿Qué tal pareja
hacemos?”
¿Su
respuesta? Exclusiva en mi periódico.