Lo
juro, quise matar al cliente con mi pistola de precios. Su banda
lectora de repente reconvertida en una larga mirilla láser roja, muy
roja. Pero era un comprador contumaz, imparable, puede que hasta
inmortal. Con un solo propósito, supo desarmarme tras el mostrador.
Y me habló de la OCU, también dijo del Supremo y de otra nueva hoja
de reclamaciones en mi historial, mientras sus manos nudosas buscaban
atraparme el cuello, desgarrarlo; para, enseguida lo vi, tomarla
luego con toda nuestra tienda... Por eso he hecho la devolución del
tostador, jefe. En metálico.