¿Tarda
mucho, no? Pregunta Lucía. Igual que Luisa cuando en su blusa de lunares
amarillos ya no quedaban botones que desabotonar. También se lo oyó a Teresa. Y
a las hermanas Vargas. Primero a la mayor, Chabela, que no sólo lo dijo sino
que la acarició con ambas manos, pareja de esposas subiendo y bajando, luego
vuelta a empezar, pero tan suaves como inútiles. Marisita, en cambio, se la
metió en la boca, y qué horror sintió al descubrir que se salía y huía de sus
labios, rechazados todos los besos de la pequeña de las Vargas. “Tómatela”,
pidió exhausta. Pero esta noche ni siquiera han sido suficientes esas dos
pastillas coloreadas de los ojos de Lucía, que aún la restriega y se restriega
hasta que llega un momento en que está cansada, desengañada, creo
que incluso harta, no puede más. Abandona o se abandona, y cae a su lado. Desnudos,
bocarriba, sin hablar. Lucía ahora enciende una luz. En el último cajón guarda
sus pastillas, también son azules. Le permiten dormir. Despertar de otro mal
sueño.
domingo, 17 de abril de 2016
Noches azules
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