Como
en la primera frase de Galveston,
me tomaron una foto del pecho. Siendo muy preciso, de tórax y
abdomen; eso decía la autorización médica. Debajo, en grande,
volví a leer: URGENTE. Sin prisa, posé de espaldas. “También de
perfil”, me ordenaron enseguida. Aquella sala color gris, tan
aséptica, me erizó todo el miedo. “Vístete y sal”. Afuera, en
el pasillo vacío, no supe si sentarme. Supersticioso, decidí
esperar de pie. Y cerré los ojos o se me cerraron antes de escuchar
mi nombre. La enfermera caminaba con salud de hierro. Sostenía junto
a su pecho la fotografía del mío. Hoy el futuro nos llega revelado.