Blanco y espumoso, vibrante y denso soufflé, el escupitajo cayó a centímetros de mis pies con precisión
de francotirador. Eran las nueve de la mañana de un lunes y necesité de toda mi
fe y agilidad dormidas para driblar el obstáculo, yéndome por muy poco el no
pisarlo. Y cuando ya a salvo alcé la vista para contemplar el rostro de mi
escupidor, me sobresaltó descubrir a un hombre como tú y yo, equipado con esos rasgos
físicos y ropajes que mal llamamos normales. Admonitorio, le reproché su fea
acción y él rió a modo de respuesta. Una carcajada de autosuficiencia tan
molesta como atronadora al oído. Luego siguió andando, aunque ahora creo que nunca
se detuvo, sino que se rió de mí igual que esputaba, en marcha. Lo vi perderse
calle abajo. En los siguientes cien metros escupió tres veces más, parecía
decidido a sembrar su código genético por toda la Avenida de Andalucía.
He de apuntar que he visto a malagueños (siempre hombres)
deshacerse en gargajos en cada rincón de la ciudad. Desde El Palo hasta Puerta Blanca,
de Ciudad Jardín a La Malagueta, pasando por La Trinidad, Perchel, Limonar o el Centro. Extenso territorio unido por
una saliva común, colectividad hecha líquido. Y nadie se libra. Jóvenes y
mayores. En traje o chándal. Con gorra o sin ella. Ocupados y desempleados.
Raro resulta encontrar un ciudadano que atacado por las flemas, ahogado en el
bullir de un gargajo añusgado, no decida estamparlo sobre la acera.
Y son gente buena. Quién lo duda. Padres y esposos
pacientes. Muchos abuelos, otros todavía no han tenido tiempo de serlo. Personas
cargadas de bonhomía. Que pagan puntualmente el IBI y demás impuestos al Consistorio.
Que les gusta presumir de su ciudad ante los turistas. Pero no les dejan. Por
eso critican a Limasa. Golfos de Limasa que no pasan nunca por mi
barrio. Es el grito común. Cuándo van a baldear esta plaza, da asco. Y vaya
horario de recogida de basuras tienen los tíos. Rutas optimizadas dicen. Qué poca
vergüenza. Málaga está hecha un
asco. Proclamamos a los cuatro vientos. Heces caninas en el firme. Papeleras
saciadas que ya no aceptan más desperdicios. Y esos chicles masticados y
regurgitados que convierten las calles en campos de minas.
Indignación, imposible no sentirse indignado. Tanto como
para esputar en cada farola, esquina y portal. ¡Abajo Limasa! Ahí lleváis mi protesta más corpórea. ¿Me oye alcalde? Es el canto a la rebelión. Gargajo
a modo de grafiti orgánico. Hasta las
blancas y espumosas olas de la Costa del
Sol se han sumado a la causa. Y ya no evocan a Málaga, sino que su
apariencia recuerda al denso y vibrante sabor de un buen escupitajo.