El sueño es siempre caprichoso y su ataque,
furtivo. Nos sobreviene (la expresión más común suele ser ‘nos da sueño’)
cuando menos lo deseamos y, sobre todo, cuando menos lo esperamos. Es decir, el
sueño nos sorprende siempre en el momento más inesperado: durante el desenlace
de la película que llevamos dos horas viendo y cuyo final nunca llegaremos a
conocer, o en el enésimo corte publicitario de la serie de televisión que seguimos
semana tras semana, siempre el mismo día, y a la que estamos enganchados y de
la que irremediablemente nos perderemos, de repente y a causa del imprevisible
sueño, el clímax de ese episodio en cuestión y, por tanto, también nos
quedaremos sin descubrir el tan esperado giro argumental, la sorpresa que nos engancha
y nos hace esperar con expectación al siguiente capítulo.
En definitiva, el sueño (así de caprichoso y
furtivo es) actúa siempre cuando resulta menos querido y esperado y, en cambio,
basta que uno esté ocioso y aburrido (por ejemplo, leyendo o escribiendo una
entrada de blog), sin nada que hacer y también sin ganas de hacer nada, dispuesto
a irse a dormir sin mostrar resistencia, para que este no aparezca y nos invada,
en lugar de ello, el estresante insomnio y sus correspondientes vueltas en la
cama, de un lado a otro y a otro y vuelta al principio (ninguna postura resulta
cómoda entonces). No hay cosa que desquicie más que sufrir de insomnio toda una
noche (teniendo además que madrugar al día siguiente) e intentar en vano
dormirse. Cuando esto ocurre, a menudo es bueno encender la radio y dejar
divagar la mente al arrullo de las ondas hertzianas. De esta forma, poco a poco
se va amodorrando uno y empieza a hacerse presente la duermevela de la
inconsciencia, que precede siempre a la llegada del imprevisible, furtivo y
caprichoso, sobre todo caprichoso, sueño.
No obstante, también hay noches en las que la
radio no sirve de nada y uno no deja de prestar atención (no es capaz, no
puede) a lo que dicen las voces que salen de ella, despabilándose de este modo
todavía más. Estas son las peores noches de insomnio, en las que el sueño se ha
perdido de camino a casa y no nos encuentra y, entonces, soñamos despiertos con
que estamos dormidos y verdaderamente soñamos. Así me ocurrió a mí anoche hasta
que, harto ya de dar vueltas en la cama y escuchar la radio, recordé que era el
domingo de la ‘Super Bowl’ y me decidí a verla, al fin y al cabo algo tenía que
hacer.
La ‘Super Bowl’ es el evento deportivo más
importante en Estados Unidos, quién sabe si también en el resto del mundo. De
media lo siguen año a año más de cien millones de personas por televisión (sólo
en USA) y aunque en España la NFL, o más conocida como el fútbol americano (que
no rugby), no goce de amplio número de fans y seguidores, no nos queda más
remedio que reconocer que la ‘Super Bowl’ es un auténtico espectáculo, en todos
los sentidos de la palabra. Anualmente, en el partido del ‘Super Sunday’ (así
se denomina al domingo de la ‘Super Bowl’, que es más que un partido, es una
jornada de celebración, para pasarla con la familia y los amigos, día también de
mucha comida y cerveza), los dos mejores equipos de la competición (tras haber
jugado ambos la fase regular y los ‘play-off’)
se miden para ver cuál se alza con el trofeo Vince Lombardi que le
acredite como campeón de la temporada. La ‘Super Bowl’ de este año (la
cuadragésimo sexta edición ya) la disputaron anoche (en el faraónico estadio de
los Indiana Colts, en Indianápolis) los New England Patriots y los New York
Giants. Hasta la fecha, ambos contaban con tres títulos en sus vitrinas y en
sus filas militan dos de las grandes estrellas del momento: el legendario Tom
Brady y Eli Manning, los ‘quaterbacks’ respectivos de cada conjunto. También
jugaban anoche figuras de la talla de Bradshaw, Ortiz, Pierre-Paul y
Gronkowski, entre otros.
A su vez, habría que indicar, antes de
ahondar en el desarrollo de la final de ayer, que el fútbol americano es un
deporte complejo de ver y de seguir y también de entender. Tiene infinidad de
términos concretos y específicos que si uno los desconoce, le resulta muy fácil
perderse. Además, los cambios de jugadores son continuos y la estrategia y las
jugadas de pizarra desempeñan un papel crucial en el desarrollo del juego. La
NFL tiene, creo yo, otro problema de cara a obtener mayor seguimiento en España
y este no es otro que el hecho de que es un deporte que no deja de ser
profundamente americano, es decir, que tiene muchos tiempos muertos y parones,
en el que las jugadas suceden muy deprisa (todo transcurre en breves segundos),
y luego hay grandes parones entre ellas. En un momento determinado del
encuentro aparecen los llamados ‘game highlights’ y si no los has visto, mala
suerte. Para eso, de todos modos, están las mil repeticiones en televisión
desde distintos tiros de cámara y a diferentes velocidades: cámara lenta y
súper lenta, ambas incluidas. Por tanto, el fútbol americano se inscribe en la
órbita de deportes como el béisbol (ambos son los reyes en USA), donde todo
sucede todo muy deprisa y en un momento concreto, y para ver ese preciso
instante en directo has tenido que ‘tragarte’ varias horas de aburrido partido.
Nosotros somos más de deportes alocados e imprevisibles como el fútbol (el
manido soccer que los norteamericanos apenas entienden), en el que sólo existe
un descanso y el juego se sucede de manera más continua, haya o no haya goles y
haya o no haya jugadas espectaculares para el recuerdo. Pese a todo lo anterior
y aunque a uno no le guste la NFL lo más mismo, sentarse a ver la ‘Super Bowl’
es una maravilla, porque el espectáculo montado para la ocasión es
impresionante. No hay que olvidarse que en el descanso del partido un gran
artista (han pasado por allí Prince, Bruce Springsteen, Michael Jackson, los
Rolling Stones, U2 y The Who, entre muchos otros) ofrece un concierto en
directo y, además, los anuncios de televisión de la ‘Super Bowl’ son los más
caros del año con diferencia y la gente los espera con expectación y habla de
ellos varios días después.
De modo que ahí estaba yo, después de
escuchar el himno americano, en los primeros compases de la final entre finales
del mundo del deporte (a altas horas de la madrugada y con los ojos como platos),
dispuesto a ver qué deparaba la tan esperada ‘Super Bowl’. Y los Giants
empezaron de maravilla, con Manning repartiendo juego (mediante pases y
carreras) y acumulando yardas ante el despiste inicial de los Patriots, que
sufrieron un ‘safety’ (penalización de dos puntos en contra) en la primera
jugada ofensiva de la que dispusieron y vieron a su vez como los de Nueva York
anotaban el primer ‘touchdown’ de la final (con el correspondiente ‘extra
point’) y conseguían un parcial inicial de nueve a cero en el primer cuarto.
Fue en el segundo cuarto, y en el momento en
que peor marchaban las cosas para los New England (con un arranque francamente
decepcionante y varios ‘drives’ cortos y sin éxito), cuando apareció Tom Brady,
que tiró con casta de su equipo y enganchó una sucesión de pases y un par de
‘drives’ que llevaron a los de Massachusetts a conseguir un ‘field goal’ (tres
puntos) y su primer ‘touchdown’ de la noche. Sorprendentemente, tras lo visto en la primera parte, los
Patriots se iban al descanso uno arriba (10-9) y, después de haber remontado
una situación adversa, se posicionaban como favoritos para llevarse el partido
(ya eran los favoritos en las apuestas antes de la ‘Super Bowl’) debido a que
ganaban pese a no haber jugado bien y Brady, lógicamente, tendría que ir poco a
poco a más durante el segundo tiempo.
El show musical del descanso corrió a cargo
de Madonna, que presentaba nuevo disco y tomaba el testigo de los Black Eyed
Peas (responsables del concierto en el intermedio de la ‘Super Bowl’ 2011) y de
Lenny Kravitz, que ayer aderezó la previa al partido con un breve concierto a
pie de césped. En la reanudación, el
partido siguió en la misma dinámica que durante el primer tiempo y, para mí
sorpresa, comencé a notar una soporífera pesadez sobre los ojos y mis parpadeos
se volvieron más lentos y pausados, como si de alguna manera estuvieran más
pensados o fueran más intencionados, y el partido empezó a verse como una sucesión
de fotografías, de imágenes concretas e instantáneas que se proyectaban entre
prolongados fundidos en negro. Y, de repente, el verde del césped cambio de
tono y no fue lo único que se transformó en la imagen, también los jugadores de
los dos equipos cambiaron de indumentaria y de colores, y todo pareció volverse
más fluido, más irreal; y en ese preciso instante ante mis ojos surgió también la
figura de Joe Montana, la leyenda más grande del fútbol americano, liderando a
sus San Francisco 49ers en otra ‘Super Bowl’. Tenían enfrente a los Denver
Broncos y el resultado en el marcador era adverso, pero él no parecía rendirse,
ni siquiera parecía dudar o estar nervioso… Comprendí entonces, justo antes de
caer profundamente dormido, que ya me había llegado mi imprevisible y
caprichoso sueño y que, por muy interesante que estuviese el partido o muy
incierto fuera el resultado o posible ganador, no podría verlo, sino soñarlo,
ya que así de furtivo e irresistible es el ataque del sueño y el mío me había
encontrado de madrugada cuando menos lo esperaba y aun menos lo deseaba.
Las primeras luces del día me han despertado
esta mañana. Para entonces, la ‘Super Bowl’ ya hacía varias horas que había acabado.
Mientras desayunaba he leído en la prensa ‘online’ que los New York Giants se
impusieron (resultado final: 21-17) en el último tramo de la final, ganando de
este modo su cuarto título, y Eli Manning fue elegido MVP. No obstante, en mi
sueño de esta noche (¿o era un recuerdo lo que he soñado esta fría madrugada de
invierno?) el desenlace ha sido otro, bien distinto: Joe Montana, el
‘quaterback’ más grande de toda la historia, lograba completar con éxito un milagroso
‘Hail Mary’ a tres segundos del final. Jerry Rice atrapaba el balón pasado por
Montana y anotaba el ‘touchdown’ de la victoria. De esta forma, los San
Francisco 49ers se imponían a los Broncos de Denver en una de las ‘Super Bowl’
más emocionantes…
Creo recordar que era éste el borroso sueño (o
recuerdo) que tuve anoche cuando me quedé finalmente dormido de madrugada, lo
que me hizo perderme el desenlace de la final real, la que ocurría al otro lado
de la televisión, cuyo resultado he tenido que leer hoy en los periódicos. Y es
que así de caprichoso y furtivo es el sueño, que nos sobreviene o (mejor dicho)
nos da cuando menos lo deseamos y, sobre todo, cuando menos lo esperamos. Mi
sueño, en concreto, es especialmente imprevisible. Hay veces que se pierde en
su deambular por las calles y no llega a mí hasta muy entrada la madrugada,
como ocurrió anoche cuando me dispuse a ver insomne la ‘Super Bowl’. Sin
embargo, hay otras veces en las que mi sueño me llega muy pronto, apenas ha
caído el sol y me quedo, entonces, profundamente dormido a las primeras de
cambio; de hecho así me ocurre hoy, que bostezo sin parar al tiempo que escribo
esta entrada y desde hace rato ya noto como se me bajan los párpados, se me
cierran lentamente los ojos y comienzo a pensar que quizá ni siquiera pueda
terminar de escribir esta entrada para el blog que… ¡Qué sueño!