Hacía semanas que su editor jefe, el
único que aún quedaba en el diminuto periódico, le había indicado que redactase
un reportaje sobre la profesión de viajante de comercio, esa figura solitaria y
marchita, casi desaparecida. Fran Ruiz lo había ido retrasando, postergándolo
por intrascendente. Y es que si a nadie le interesa leer sobre gente aburrida,
mucho menos plácida es la tarea del periodista, encargado de investigar a dicha
gente aburrida, entrevistarse con ella y luego, encima, escribir un largo texto
al respecto.
El caso es que ayer, ya tarde, muy
entrada la noche, su editor jefe se hartó y los gritos retumbaron a través de
la enana redacción. De modo que Fran Ruiz, periodista descontento, no tiene
otra opción que acatar las órdenes y preparar el reportaje hoy mismo. Esta
noche ha de tenerlo escrito, una tarea hercúlea que no puede sobrevenirle en
peor momento. Precisamente hoy debe asistir a tres ruedas de prensa, todas
ellas relativas a temas de poco postín, futuras informaciones relegadas a las
páginas pares interiores del diario de mañana; noticias basura pero que él tiene
a su cargo. Y Fran se levanta cansado. Su reloj dice que ya no llega a tiempo.
Se da una ducha y se bebe un café, le gusta negro, muy negro. Desaliñado sale
de casa y se dirige a su primer destino. Cubre con desinterés la presentación
de un certamen de alfarería y se desplaza corriendo al lugar en el que a esa
hora acaba de iniciarse el acto de apertura de un nuevo centro comercial.
Durante el camino reflexiona sobre la figura del viajante de comercio, que
siempre va sin compañía de un sitio a otro, que visita medio mundo pero no
confraterniza con nadie. Fran cavila acerca de la soledad del viajante de
comercio y empieza a no parecerle una vida tan distinta a la suya.
Después de la inauguración, Fran Ruiz
vuelve al coche pero la grúa se lo ha llevado, una pegatina reflectante se
burla de él desde la calzada. Piensa en llamar a alguien, pero no se le ocurre
a quién recurrir. Se sorprende de la poca comunicación que a menudo existe en
una profesión como la de comunicador y, además, esto se agrava cuando uno
escribe para un medio banal, irrelevante. Todo le parece absurdamente burlesco,
contradictorio. Fran camina hasta la última rueda prensa del día, mas al llegar
allí, no entra en el edificio sino que permanece fuera y, al rato, sigue
andando calle abajo. En su cabeza da vueltas la imagen del viajante de comercio
y un dato revelador que leyó hace relativamente poco: es la profesión que
cuenta con mayor índice de suicidios… Quizá no sea tan absurda la idea de su
editor de escribir un reportaje sobre los infelices y solitarios viajantes de
comercio, tal vez incluso sean demasiado similares a los periodistas de los
diarios más pequeños e insignificantes.