Tampoco
soy Carl Bernstein y ni siquiera me parezco a Dustin Hoffman, pero
recuerdo que una noche a última hora en el periódico, justo antes
del cierre, necesitaba triple confirmación para publicar al día siguiente mi historia e hice igual que en la película Todos los hombres del presidente; me
encerré en una sala con el auricular del teléfono pegado a la oreja
y le dije a mi fuente “no te pido que me digas nada, tan sólo voy
a contar hasta diez, ¿vale? Voy a contar de cero a diez y si al
finalizar aún sigues al otro lado significará que no hay problema
en salir con el artículo mañana, ¿de acuerdo?” Oí un “de
acuerdo”. Inmediatamente empecé: “Cero, uno, dos, tres,
cuatro...” Comprobé que todavía había línea. “Cinco, seis,
siete...” Increíble, ¡aún línea! “Ocho... Nueve... ¡Y
diez!”. “¿Queda todo claro, no?”, me preguntó la fuente.
“Gracias”, contesté yo antes de colgar. Y así fue, de veras que
sí, cómo firmé mi mayor exclusiva: el veterano entrenador y
querido exfutbolista Ricardo había cerrado de cara a la nueva
temporada el fichaje de Ricardito, esperanza de futuro para el equipo
del barrio y su hijo de nueve años.
jueves, 1 de octubre de 2015
Watergate costasoleño (y II)
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