Todas
las noches cuento ovejas hasta que me duermo, lo que suele ocurrir
entre la oveja 3.458 y la 5.716, aunque cada noche es un mundo.
Normalmente me entra algo de sueño con la oveja número 1.113, pero
tampoco sucede siempre. Resulta complicado de explicar. Pero
agradezco de corazón el ahínco y la fidelidad de mis ovejas. Pese a
que veces dudo si la que brinca es la misma oveja que cuento y
recuento en bucle. Porque son tan parecidas entre ellas, tan
algodonosas e indistinguibles. Claro que yo no sé interpretar sus
balidos y quizá ahí resida lo que las diferencia. Desde luego a mí
me suenan igual. Por eso ayer no comprendí de primeras qué pasaba.
Había sido el mío un día agotador. Terminé de cenar casi muerto.
No exagero, los párpados se me cerraban. Rendido arrastré el cuerpo
hasta la cama y enseguida caí dormido. Al rato escuché balidos.
Muchos. Pensé que eran soñados. Pero al abrir mis ojos descubrí
incontables ovejas rodeándome. Sus caras, de auténtico enfado.
Quise apaciguarlas con palabras amarillas. Inútil. Sólo se calmaron
al escuchar que empezaba a contarlas. Entonces saltaron felices sobre
mi cama en otra noche de insomnio.
domingo, 11 de octubre de 2015
Contando ovejas
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