Todos los días a las siete y media de la tarde me doy una ducha. Desde la pequeña,
cuadrada y siempre abierta ventana de mi cuarto de baño veo la
ventana, también abierta y cuadrada aunque de dimensiones algo
mayores, del baño en la casa de enfrente. Una apertura ubicada a
idéntica altura, apenas a una decena de metros. Al igual que yo, mi
vecina siempre se ducha a las siete y media. Pero nunca sola. Se
acompaña de hombres, no más de uno por tarde, jamás el mismo, a
los que besa, abraza y estruja entre sus brazos mientras el agua
espumosa los envuelve, y a ella el cabello se le enmaraña sobre los
hombros morenos y de tacto aparentemente suave, punto más bajo al
que llegan mis ojos al otro lado del marco de aluminio blanco.
A
mi vecina le gusta colocar a sus acompañantes de espaldas contra la
ventana para así no perder de vista el baño de enfrente. Cada tarde
nos miramos largo rato y ella, toda besos, manos y deseo, mueve sus
labios sin parar, pronunciando palabras de vapor que el grifo no me
permite escuchar. La ducha acaba a los quince minutos, cuando ellos
se separan y mi vecina cierra con una sonrisa la ventana. Una
constante durante las tardes del último mes. Pero hoy es diferente.
Porque su acompañante, puede que extrañado por las palabras que
dibujan los labios de mi vecina y que seguramente él sí oye, se
gira y me descube mirándolos; en realidad sólo la miro a ella. No
ha debido de gustarle porque rápidamente la empuja y luego, de nuevo
de espaldas contra la ventana, parece que la increpa mientras eleva
un dedo admonitorio, amenazador. Mi vecina no protesta. Aunque ella
también alza un brazo, el derecho, que en un abrir y cerrar de ojos
estampa con brillo metálico sobre su amante. La sangre en la
nuca no es visible hasta el quinto golpe de grifo. Sé que ha muerto
antes de observar cómo desaparece, resbalando poco a poco, igual que
un barco naufragado. Una vez hundido para siempre el acompañante, mi
vecina se asoma al sol de la tarde con una sonrisa. Por primera vez
me lanza un beso. Quiero corresponder pero ella ya no está. Y ha
dejado la ventana abierta.
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Fotograma de la película Psicosis.