Tengo un amigo que a diario anota por escrito cada cosa
que le acontece y, además, lo hace en el reverso de los extractos que le llegan
procedentes del banco. No se trata de un recordatorio o lista de tareas
pendientes, tampoco pretende llevar un diario personal, en el más riguroso de
los sentidos, sino que este peculiar comportamiento responde a su obsesión por el
paso del tiempo el cual, según él, se escurre entre las manos para jamás volver.
De modo que, temeroso de la desmemoria, mi amigo corre a casa tras cada suceso
y allí apunta de forma aséptica el hecho en cuestión, convencido de que así lo está
salvando del olvido, de que seguirá ahí cuando quiera o necesite recuperarlo
(¿alguna vez necesitará recuperarlo?), cuando sus ojos miren atrás en busca de
recuerdos ya difusos. Entonces, llegado ese momento, él recurrirá al dorso de
sus extractos bancarios; me dice orgulloso.
Y algo de este amigo creí reconocer la otra noche en el
personaje de Ricardo Darín mientras
veía ‘El secreto de tus ojos’,
maravillosa cinta argentina (no por nada ganadora del Oscar al mejor metraje de habla no inglesa en 2009) que llevaba
demasiado tiempo queriendo visitar sin terminar nunca de ponerme a ello. En la
película, Darín interpreta a Benjamín Espósito,
un funcionario de los juzgados de Buenos
Aires ya jubilado que, ante los constantes recuerdos de un asesinato que
marcó su carrera, decide escribir una novela que resuma la investigación del
caso y, por supuesto, su vinculación personal. Poco a poco, conforme se sumerge
en lo sucedido décadas atrás, Espósito empieza a tomar conciencia de cuánto
cambió su vida aquel crimen, cuánto pesa aquella perenne obsesión dentro de la
cual se entremezclan el deber profesional, el compromiso moral y el abrupto
distanciamiento con la mujer que amaba y todavía ama.
Sin destripar la trama, ‘El secreto de tus ojos’ tiene
escenas memorables; por ejemplo, la que se desarrolla en un campo de fútbol o
la que ocurre dentro de un ascensor. Es una cinta realmente conmovedora que oscila
entre diversos géneros: predomina el cine ‘noir’, aunque no escasean los
fragmentos que producen auténtica hilaridad... Pero mi propósito no pasa por acurrucarme
en el tentador terreno de la crítica cinéfila, sino que he traído a colación este
metraje por el abundante contenido literario que encierra. Se trata de la
película de una novela o quizá más preciso sea decir que consiste en la
filmación, con la ayuda de ‘flashbacks’, del proceso de escritura de un libro.
Y es que el personaje de Darín redacta a todas horas, tanto a mano como a
máquina, y el espectador asiste a la corrección de pasajes completos. Así
ocurre al inicio cuando Espósito, luego él mismo reconocerá a otro personaje
que “no sabe por dónde empezar”, intenta componer sin éxito varios arranques
para la novela.
La literatura goza de un lugar destacado en ‘El secreto
de tus ojos’. Tiene mucho de redentora esta literatura que revisita el pasado y
lo dota de sentido, que define el presente desde la lectura de lo pretérito.
Darín interpreta el rol de un hombre que, como mi amigo (como cualquiera), teme
ser finito y perder lo que una vez vivió, aquel que una vez fue, y ante ese
miedo cerval se lanza a la conquista de la hoja de papel en blanco, de algún modo siendo intuitivamente
consciente de la inmortalidad que esconde lo narrado; ya que lo escrito
adquiere una naturaleza por completo distinta. Digamos que su tiempo es más
lento, cosa que incluso sigue ocurriendo a día de hoy, cuando nos encontramos
en una época de continuos avances tecnológicos, de prisas y somos incapaces de
recordar a qué dedicamos el ayer, ni hablemos del anteayer, por tanto.
Pese a todo, la novela habita fuera de este castigo
temporal y un libro, aunque a duras penas, perdura. Por eso la tarea de
escribir un libro, de dar forma a una novela, se vuelve un cajón desastre donde
reflexionar sobre lo sucedido tiempo atrás, donde guardar las vivencias que
anhelamos conservar y así dejar
testimonio. Y no resulta preciso ceñirse únicamente a los hechos verídicos.
Se puede fabular, al igual que se fabula cuando a diario se recuerda y se
alteran los hechos de manera infinitesimal, prácticamente idénticos pero
cambiados; siempre tendentes a la mutación conforme son más y más recordados.
En literatura verdad y engaño cohabitan y la posteridad se halla reservada para
ambos o, acaso, ¿puede considerarse a Don
Quijote como un ser menos real o célebre, si se quiere, que al propio Cervantes, que lo creó de la nada?
Corrientes literarias, sobre todo europeístas, que indagan
en el pasado vital, que abrazan la tradición y a partir de ella forman sus
historias teñidas de anécdotas personales. Escritos que reflexionan y, aparte
de entretener, arrojan llamaradas de luz sobre cuestiones que a todos afectan.
En España, figuras actuales indispensables son Enrique Vila-Matas y Javier Marías, pero también tantos otros, un listado realmente inabarcable.
Sin embargo, adivino en las palabras de otro escritor el
argumento que contrarresta y aguijonea nuestra soberbia (tal vez tan sólo la
mía), las palabras que nos recuerdan que nada sobrevive al futuro, que todo se
diluye para luego borrarse y hacerse por siempre invisible. Y lo digo porque hace
también relativamente poco, hará cosa de unas noches, me he vuelto a encontrar
en Youtube una fantástica entrevista a Roberto Bolaño que creía extinta del ciberespacio. Se grabó para el programa ‘Off the record’ (cuya cabecera era
antológica, no dejen de verla), del canal Arco
Iris TV. Los medios técnicos y la producción son paupérrimos, en las pausas
publicitarias del espacio se muestra un cartel (texto blanco, fondo negro) que
reza algo así, cito de memoria, “el
programa NO cuenta con el apoyo del Ministerio de Educación (NI de La División
de Cultura)”. De hecho, toda la puesta en escena resulta demoledora,
desasosegante. El escritor chileno luce una camisa imposible y se sienta delante
de un croma que no deja de proyectar imágenes absurdas y falsamente cotidianas
de él mismo, y encima Bolaño habla durante una hora ante el agotamiento de un
cámara que tiene que intercalar los planos cortos de entrevistador y
entrevistado con composiciones generales (zoom de pesadilla).
Pero el contenido del vídeo goza de calado, de profundidad,
y el documento audiovisual supone una de las pocas muestras que nos quedan de
la vuelta de Bolaño a su Chile natal
tras veinticinco años fuera. Por esas fechas no le quedaba ya mucho de vida al
artífice de ‘Los detectives salvajes’
que, en un momento dado, el espacio dura algo más de cincuenta minutos,
reconoce estar bastante mal del hígado. En la entrevista se habla de su obra
(también la poética), sus gustos literarios, sus juegos de guerra, su juventud,
de Méjico y España, y en un instante concreto, cuando opina sobre la nueva hornada
de escritores chilenos, Bolaño critica la petulancia de todos los autores, que
siempre buscan la inmortalidad, que desean trascender y escapar del propio
tiempo, de esta naturaleza mortal. A ellos les dice que están (estamos)
condenados al olvido: “En el gran futuro,
en la eternidad, Shakespeare y menganito son lo mismo, son nada” (en el
vídeo, minuto 30:50).
Hace más de una década que Bolaño se convirtió en
prematuro fantasma. De él nos quedan las historias que dejó escritas, las
cuales de momento perduran y nada invita a pensar que vayan a perder vigencia.
Se antoja como algo seguro que no viviremos para alcanzar la posteridad pero, a
menudo me pregunto, me sobreviene la duda cuando veo películas como ‘El secreto
de sus ojos’, cuando observo a mi amigo y siento su necesidad física de llenar
el tiempo y dorso de los extractos con pasajes casi todos accesorios, si tal
vez nuestra huella no sería más reacia a borrarse escondida bajo el barniz de
la escritura, protegida por el testimonio que arroja siempre la literatura.
Artículo publicado en Mayhem Revista, en la sección Polisemias.