'El corrector' es un relato extraño y absurdo, aunque muy divertido. ¡Te animo a leerlo! Dice así:
Me lo presentaron durante una comida y ya no pude despegármelo. Es el corrector profesional, comentaron, lo hemos contratado para que retoque
tus textos antes de ir a imprenta. No me dijeron su nombre. Le tendí una mano.
No la estrechó. Parecía un hombre de otro tiempo: alto y trajeado, sombrero, bigote
perfilado y monóculo tapando su ojo derecho. Se abstuvo de participar en la
conversación y apenas probó un par de bocados.
Aquella tarde le envié un correo electrónico a la
dirección que me facilitaron. Adjuntos, iban mis tres artículos para el número
siguiente. No habían transcurrido más de cinco minutos cuando recibí su respuesta.
El asunto del mensaje rezaba No, no, así no. Con pocas y educadas palabras el
corrector me instaba a leer las correcciones que había introducido en los tres
borradores. Pensé que aquello era imposible, no había tenido tiempo. Abrí los
documentos y, en efecto, los encontré modificados, totalmente irreconocibles,
potenciados unos puntos de vista distintos a los originalmente planteados. Se
había adueñado de los textos y lo había hecho en un tiempo récord. Abrumado, acepté
sus cambios.
Al día siguiente el corrector vino a la redacción y se ofreció
para corregir mis colaboraciones para el periódico. Agradecí su gesto, pero le
dije que no era necesario. Él hizo caso omiso. Se quitó el sombrero y ocupó un
terminal cercano. Durante un rato estuvo introduciendo variaciones. Como un
mantra, lo escuchaba mascullar no, no, así no. Luego, se marchó sin decir
adiós. A última hora borré su trabajo y presenté el mío al editor que,
extrañado, me comentó que todas las noticias ya habían sido mandadas a rotativa.
Esa misma noche intentaba dejar el coche en una pequeña
plaza de aparcamiento cerca de donde vivo, cuando una figura surgió de entre
las sombras. Era el corrector. No, no, así no, oí que murmuraba. Me obligó a
cederle el asiento del conductor. En una maniobra estacionó el vehículo. Subió
a casa conmigo y fue apagando cada una de las luces que yo iba encendiendo, al
tiempo que pulsaba el interruptor de otras. Así sí, mejor con esta iluminación.
Además, sus manos detuvieron las mías cuando me desabrochaba los cordones de
los zapatos. No, no, así no, más fácil. Tuve que preparar la cena cómo él
quiso y di cuenta de ella en la mesa que él me indicó. Sólo cuando me dejó
acostado y se sintió seguro de que sabría mantener la pose correcta, se
marchó del piso.
Me levanté temprano. Escondido tras gafas de sol y gorra,
salí de casa y cogí el autobús que lleva al puerto. Junto a los grandes buques
y barcos pesqueros paseé hasta que cayó la tarde. Esa noche Sara llegaba de su
viaje y le había prometido pasarme a verla. Fui a su piso. Qué alegría verla. Pregunté
cómo le había ido la semana. Te veo muy demacrado, ¿estás bien?, contestó. Mi
respuesta fue un largo beso. Quitándonos la ropa, entramos en su cuarto. Sentí
que me olvidaba de todo… No, no, así no, oí recriminar al corrector instantes
antes de sacarme de la cama a empujones. Desnudo sobre la alfombra, vi cómo
ocupaba mi lugar. Así sí, mucho mejor, repetía una y otra vez mientras le
hacía el amor a Sara y su monóculo se balanceaba de una teta a otra.
Lo esperé despierto. Llegó a casa de madrugada, con una
sonrisa de oreja a oreja. Le clavé un abrecartas a la altura del pecho. La
inexperiencia hizo que mi puñalada no fuese profunda. Parte de la hoja quedó fuera.
El corrector me miró con más decepción que dolor. No, no, así no, afirmó
antes de agarrar el mango y atravesarse el corazón.
FIN
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Autor de la imagen: Rayi Christian W / Unplash
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