Me
ordenaron reordenar los electrodomésticos más grandes. Esos
congeladores tan inmensos y níveos como sepulcros. Los
frigoríficos americanos de doble y colosal puerta. También había
lavadoras para mover, secadoras y hasta su pesado híbrido: las
lavadoras-secadoras. Además de un convoy de lavavajillas y hornos.
Mudar aquel mar de metal era mi cometido. Tras dos horas y un
esguince de muñeca, los aparatos quedaron colocados de tal forma que
recordaban a una casa. A un fuerte del Lejano Oeste, pensé yo. Así que presuroso me
atrincheré dentro. Las primeras noches provoqué mucho revuelo. Los
vigilantes, ya hartos, me insultaban como niños viejos y frustrados.
Introducían torpemente sus brazos para arrastrarme fuera. Los
compañeros, mientras tanto, se lamentaban. Mi jefe mediaba:
Fernando, sal. Venga, hombre. Deja la broma. Muy buena. Aunque mejor
para. Pero no cedí. Estaba muy cómodo recostado en el congelador.
Tan fresco pese al calor de junio en Madrid. Y si me daba hambre,
reptaba hacia la nevera. O hasta la secadora, mi improvisada
despensa. Vivía igual que quería. Y así quería vivir. Leyendo de
madrugada. Espiando por las tardes a los clientes desde mirillas
estratégicamente dispuestas. Uno de ellos, no sé por qué, me pidió
una foto. Me acuerdo que era bajito, casi calvo y usaba gafas de ver.
Accedí al instante. Luego vinieron muchos más. Llegó a oídos de
la prensa. Salir por televisión atrajo a centenares, incluso a
miles. Demasiados. Sin pretenderlo, el centro comercial y yo mismo
nos convertimos en atracción. Ahora media ciudad se acerca cada día
a verme. El hombre fortificado. Electrocasa. Míster Inox (como aquel antiguo pueblo de Almería). Esas cosas y otras peores me
llaman. Tal revuelo hay liado que anoche, tras el cierre, vino a
verme el director. Me dio la enhorabuena. Me dio las gracias. Treinta
y tres veces dijo gracias. También dijo estás fijo. Porque mira tu
nuevo contrato. Y tu flamante sueldo. No me he equivocado con los
ceros, descuida. Nos haremos ricos. Por fin podrás elegir horario.
El que prefieras. Habla directamente conmigo. Llámame si necesitas
electrodomésticos para tu casa, Fernando...
Y
hoy, a primera hora, he tenido que huir de mi propio fuerte.