Gastón
apenas si gasta. Con buen ojo, vive en su lavandería de calle
Buenavista, en pleno corazón del barrio madrileño de Lavapiés.
Diariamente allí pinta una bella paradoja: durante la mañana y
parte de la tarde, Gastón limpia y centrifuga todas las manchas de
ayer, tanto las tuyas (si con tu bolsa de ropa sucia bajo el brazo te
animas a visitarlo) y las mías (yo frecuento su establecimiento a
menudo) como las suyas, porque Gastón es lavandero pero también
pintor abstracto, dedicación ésta última obligada a mancharse. De
modo que cada noche, cuando las grises lavadoras industriales duermen
con sus párpados de cristal abiertos, Gastón despliega unos paneles
de madera ya muy gastados y con sus dedos, palmas de las manos y a veces hasta usando los codos se afana en crear colores y mundos
irremediablemente irrepetibles. “Y es que acá no hay dos cuadros
iguales, Fernando”, me repite siempre él. Gastón es chileno. Le
encanta conversar. A mí me encanta oírle hablar de sus lienzos.
Tengo predilección por uno de ellos. Se titula Deshielo. Es
muy grande. Está colgado sobre una hilera de centinelas del lavado
que parecen custodiarlo igual que guardas de museo. Gastón promete
que es Chile lo que encierra ese paisaje, pero yo pienso que se trata
de Andalucía. En concreto, me recuerda al mar de Málaga. Quizá por eso no
hay vez que no me quede embobado repasando sus contornos mientras
escucho cómo la secadora termina de arrullar mi ropa. La primera
ocasión que entré en su lavandería-taller, Gastón me contó que
hace años expuso en Córdoba. “En un palacio muy grande”, y
añadió, “yo no fui pero sí varios de estos lienzos, y vi fotos
de todo aquello”. Ya esa misma mañana nos llamamos amigo el uno al
otro. Me acuerdo que compartimos una cerveza de las que guarda
escondidas en la trastienda, aunque con el tiempo he ido descubriendo que la
predilección de Gastón es el tinto. Luego recogí mi ropa en un
cesto amarillo. La fui doblando con mucho cuidado. Olía a limpio.
Por un rato me sentí de vuelta en casa. “El secreto, es algo que sólo
confieso a los clientes habituales, está en echar siempre un poquito
de suavizante de más”, me explicó Gastón con una sonrisa de
oreja a oreja. Y yo le di las gracias.
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Imagen: Gastón Covarrubias, junto a varios de sus muchos lienzos.