Tu
corazón no resistirá una vez más. Y una vez más, pese a las
pesimistas palabras del doctor Juan, Juan se enrosca la bufanda al
cuello, luego pierde sus brazos de (c)alambre y casi todo el pequeño
cuerpo dentro de su más mullido chaquetón para así, bien temprano
(requisito indispensable, mantra obligado de repetición diaria),
venir a escurrirse por las aceras estrechas de Estrecho en invierno
hasta el recodo con Infanta Mercedes. Donde el milagro cotidiano, la razón de
otro nuevo día, aguarda y se produce en el instante preci(o)sísimo,
por un momento las calles parecen volverse manecillas de un
reloj, en que Juana (oh, Juana) dobla la esquina y también el mundo
de Juan, plegándolo en mil y un pliegos, que son el amor y las
partes del amor. A veces por las botas altas; en otras ocasiones, por
los vaqueros bajos; o el abrigo camel muy cruzado; como su bolso
oscuro y bolsa clara, inseparables de lunes a viernes; por el pelo
amarillo, llovido, largo y más largo; por sus manos, que acarician y
besan la mañana; y, sobre todo, por esos labios siempre rojos, de
color ambulancia. Pero, en esto no cabe duda, don Juan ya ha dado
guerra en La Paz demasiadas veces. Hoy es un atrevido gorro con
visera y contra el frío que peina Juana lo que deja a Juan sin
cabeza ni aire, cardíaco, tan tambaleante y herido de muerte bajo el
cielo sin nubes de Madrid. Sobre el viento, no tardan en oírse las
primeras sirenas. Cogidos de la mano, Juana repite todo va a ir bien.
Y Juan sonríe, se estremece. Muere de felicidad.
sábado, 24 de marzo de 2018
carDÍAco
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