La última tarde
de agosto se ajustó el ojo de cristal, la pata de palo y fue a bañarse a Los
Baños. En la playa, apenas si quedaban ya bañistas cuando el mar sí comenzaba
ya, muy de a poco y sin perder calma, a perder su outfit azul marino. El hombre del ojo de cristal y la pata de palo
se mojó con brazadas secas. Nadó como si nada hasta orillarse lejos de la
orilla. Dejó rápidamente atrás la parte en que haces pie (aunque sea de
puntillas) y también el largo y oscurecido dique al final de la cala. Acostado
frente a la costa, igual que naufragado o como quien juega a muerto, pero
siempre anclado a su pata de palo, el hombre del ojo de cristal y la pata de
palo se dejó flotar bocarriba, a la deriva. Más allá de Los Baños, ya no era
posible distinguirlo, horizontal contra el horizonte. De noche, en algún punto
mar adentro, debió de ver la primera estrella: salada y fugaz. Seguida
enseguida de la segunda y después de otra y tantas otras más. Tocado por las
estrellas, imagino, el hombre del ojo de cristal y la pata de palo se estrelló
en el último cielo de agosto agotado.
jueves, 31 de agosto de 2017
Agosto agotado
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