Justo
anoche nuestro Modern love pintó de azul eléctrico las paredes de
mi habitación. Y juntos preparamos la cena como Absolute Beginners,
disfrazados de Young Americans, mientras me decías loca de risa
vamos, Let´s dance, put on your red shoes and dance the blues.
Echados sobre el sofá, los ojos cerrados, hablamos casi Five years.
Más guapa que Jean Genie no dejaste de llamarme Ziggy Stardust. Y
parecíamos hambrientos Diamond dogs. Rocanroleando igual que dos
Rebels Rebels. Creo que finalmente caí dormido durante la última,
tal vez fue en la penúltima, pista del disco Blackstar, regalo casi
póstumo, música de cumpleaños final. Y la verdad es que esta noche
no recuerdo haber soñado con Bowie. Quizá por eso al despertar, a
diferencia del sempiterno dinosaurio de Monterroso, David no seguía
allí. Ni tan siquiera en mi Spotify. La estrella subió al cielo,
escribían en Facebook, llora todo Twitter. Y encima lunes. Y encima
llueve. Pienso lleno de tristeza mientras me mojo los pies de camino
al metro, a punto de comenzar mi turno, incapaz de no darle vueltas
al adiós de Bowie. No sé por qué me parece ayer esa otra mañana
berlinesa de hace ya demasiados años. Y, más que imaginarlo, veo a
Bowie joven y miro cómo mira, algunos opinarían que en realidad
espía (espíamos), tras los visillos de una ventana en los estudios
Hansa. David observa fascinado a esa pareja de amantes que se devora
a besos contra el Muro. Son su amigo Tony Visconti y la corista
Antonia Maas. En un instante Bowie descubre al rey y a su reina, a
los delfines. Y aunque a ti y a mí hoy nos duela el cerebro tanto,
tantísimo, aún podemos robar tiempo. Ser Héroes sólo por un día.
PS:
Gracias, Bowie. Recuerdos al Mayor Tom y a las Arañas de Marte.
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¡Gracias por compartirlo, OMAU! You rock!
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