20
años después y Los tres mosqueteros uno junto al otro,
lomo con lomo, sobre la cisterna del váter. En el lavabo, Robinson
Crusoe, El Aleph de Borges y un poco de espuma de Moby
Dick. Lolita dentro de un cajón para cremas. En el de al
lado, donde el secador, Piglia. Mi Estrella distante, justo
entre el hueco chileno que trazan dos toallas amarillas. Y
también muy cerca, Corazón tan blanco, Drácula, la
obra completa de Conan Doyle, una segunda parte del Quijote y
hasta Rayuela, en varias ediciones. Porque Brenda guarda en el
baño sus libros. Todos ellos. Ahí tiene su biblioteca, me cuenta
orgullosa. Precisamente ahí, sigue diciéndome, mientras se peina,
se lava los dientes, la cara, maquilla o desmaquilla, o incluso
cuando hace lo que tan sólo se hace en el baño, y veo como ahora me
guiña, en esos momentos Brenda siempre recurre a su biblioteca: mira
sus libros, piensa en ellos, les acaricia el lomo, hasta que
finalmente (inevitable, confiesa) vuelve a leerlos. Una lectura
fragmentada la de Brenda, miope, como sin aclarar todavía. Al final,
las páginas se acaban doblando, cuando no empapando, a causa de la
humedad y la tinta coge color invisible. Por eso, a veces, Brenda
recita frases que ya no están en ninguna página. Y, de repente, el
pelo rebozado entero en champú, se acuerda de Philip Roth y su
Goodbye, Columbus “con los ojos acuosos, aunque no por el
agua”, que el desagüe ya ha borrado.
jueves, 9 de marzo de 2017
Papel mojado
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