viernes, 8 de mayo de 2020

Los detectives no viven al Sur

La última vez que vi a J.C. resultó a su vez la primera que me contó de sus investigaciones. Era tarde, de noche y febrero. Casi todas las localidades de costa se disfrazan de pueblos fantasma durante el frío. J.C. y yo bebíamos al calor de dos hileras de bombillas coloreadas, sobre la barra de un bar para guiris sin guiris. A lo lejos se prefiguraba el mar, mientras alguien jugaba con su sombra al billar detrás de nosotros. 

Leen la voz de J.C.:

Mis figuritas de falsa porcelana con silueta de flamenco no se compraban mucho antes que comenzase a escuchar los latidos tierra abajo. Ese canto perpetuo: bum-bam, bum-bam, bum-bam. Único salmo carente de desenlace. Es el suelo llamando, emitiendo ondas electromagnéticas a los confines del globo, ¡hasta China, tío! Venid, ¡viajad aquí os ordeno! Bum-bam, bum-bam. Sé que también lo percibes. El gigantesco imán del alcalde es Dios. Pues ahora imagina a cada uno de esos orientales remotos practicando judo, preparando sopa de sesos de tiburón, creando sandías genéticamente cuadradas y miles de pajaritos de papel, o haciéndose incluso el puto harakiri.

Tiene gracia: un amarillo que se señala el vientre con la fina punta de su catana. ¡Va a matarse! El cabrón, a punto de quitarse de en medio rollo samurái, porque su esposa le ha engañado con su hermano, porque él ha mentido a su mujer con una vecina o a lo mejor es que ya no se venden suficientes coches Toyota y eso le cabrea. ¡Banzai, tío! Otro kamikaze del adiós, ¿me copias? Pero, de repente, los ecos de nuestro imán captador de turismo atan sus manos, las modulaciones electromagnéticas le adormecen el corazón y luego la mente; la puta cabeza entera, enredada en ese sortilegio radiado al cosmos por la corporación municipal: gástate en nosotros, ¡sé turista! Bum-bam, bum-bam.

Al alcalde tampoco le gusta el color, no me engañas. Sucede que se considera listísimo. Del parque tecnológico han salido grandes ideas. Y el imán es la mejor y más oscura. Claro que no hay ni un periodista decente; nunca contaréis nada. He estado en los túneles del metro, tío. Ahí donde se construye la prometida ciudad del mañana. No he visto por apenas muy poco el jodido invento. En una ocasión, soñé que el imán era un bebé inmenso y se alimentaba de sangre amarilla. Llevo tanto tiempo investigando... Te aseguro que su latido infernal me castigaba el coco meses antes de mis flamencos de cerámica y su nulo éxito. Y me argumentarás que no es malo. Vendrán, serán felices días o semanas y soltarán pasta de colores; quizá nos volvamos ricos. ¿Quién no ha leído acerca de la nueva Nueva York europea?

Vale, de acuerdo, el imán habría de ser bueno o, al menos, debiera traernos el BIEN en mayúsculas. ¿Pero qué sucede con los flamencos, tío? No me refiero a los míos, tan dormiditos en sus cajas de cartón mientras esperan un comprador inexistente. Digo los grandes flamencos de plumas y hueso que amerizan en este litoral y disfrutan de su reflejo junto a la baja mar sin turistas, libres de incómodos y entrometidos visitantes amarillos. Joder, qué bellos pájaros. Anhelo verlos en la orilla y admirar cómo se bañan frente a nuestra asquerosa rutina. ¡Ojalá fuese mía! Cogí la idea de un mural callejero: bandadas sobrevolando la playa del balneario…

Al principio, ni vislumbraba la manera de arrancar. El pulso subterráneo me perseguía veinticuatro siete, aunque no podía cavar por el mero gusto de abrir un agujero que, con suerte, nos succionara la pena. He visitado algunas dependencias municipales en los distritos, tío. No te explicaré de qué forma logré planos y decenas de facturas que el alcalde cree reducidas a ceniza y yo conservo en mi nevera a muy baja temperatura. He llegado a remontar kilómetros del curso seco del río, convencido de que la fabricación del imán nació de su lecho. Y me he buscado problemas. ¿Crees que esta cicatriz de la frente se originó tras un resbalón? A mí no me asustan. Ayer accedí a alguien que no revelaré, Fernando. Sé de dónde extrae su energía ese genocida de flamencos. Concluirá esta historia pronto y no será gracias a un periodista. El silencio cómplice explotará: ¡bum-bam! 

Hace justo un mes de aquella última noche con J.C. He leído de su muerte hoy. En otro periódico del que jamás fui redactor, se escribe: “Hombre mediana edad y constitución corpulenta apareció carbonizado dentro del laberinto de salas y galerías que esconde la antigua estación eléctrica”.