viernes, 29 de mayo de 2020

Escri(sobrevi)bidor

He redactado para otras personas cientos e incluso miles de cartitas de amor, requerimientos burocráticos, discursos institucionales, escritos de reclamación, borradores de futuros testamentos, informes técnicos, brindis en fiestas, breves rimas, algunos ensayos, solicitudes de avales y préstamos, proyectos escolares, universitarios, largos poemas, infinidad de cuentos y relatos, incluso una novela que no lleva mi firma. Redactar por encargo siempre me ha resultado sencillo. Qué cómodo culpar de este primer, y también último, bloqueo creativo a los dedos, hartos de teclear, o a la cabeza, rendida de tanto pensar cada idea como si debiera dejarla escrita. Pero ni eso puedo. La bañera se desborda y el papel último, aún vacío. No tiene sentido un redactor sin palabra. “Adios” como único texto final, el más breve de todos. Protestan mis huesos al ponerme en pie y desando los pasos, cuento trece, que conducen de la mesa al baño, donde el agua cae irresistible. La camisa mojada tira de mí, también estos zapatos. Cierro los ojos mientras me sumerjo por completo en la bañera. De a poco va surgiendo el desenlace. Apenas queda. Ya casi llega… ¡Olvidé tildar adiós! Grito, pataleo sin aire en los pulmones. Aguarda de nuevo el teclado.