sábado, 10 de agosto de 2019

Monólogo de un socorrista mal hablado y sin vocación, pero enamorado (¿has visto cosa igual?)

En el dorso de su pie izquierdo, Bea tiene tatuada una rosa roja. ¿Has visto cosa igual? Aunque yo no debería estar aquí. Soy especialista en Borges. Me doctoré con las mejores calificaciones. Cuando quieras, te recito de memoria El Aleph. También El Zahir, Emma Zunz o Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. ¿Has visto cosa igual? Me juego el silbato a que no. Sin embargo, ver para creer, ante ti se presenta el puto socorrista de esta playa. Ese soy yo, sin duda. Desde las catorce hasta las veinte horas durante todas las tardes del larguísimo verano. Y ahí asoma entre las olas el primero de mis problemas del día. ¿Por qué motivo se meten tan hondo si no hacen pie? ¡Hay oleaje! ¿No has visto la jodida bandera amarilla? Claro, ahora con alzar las manos y que me rescaten ya queda arreglado y olvidado el asunto, ¿no? En serio, ¿tú has visto cosa igual? Pues este va a esperar. ¡So imprudente! ¡Dramático! ¡Cálmate que te estoy viendo flotar! Bah, es de los que no escuchan ni oyen a nadie. Maldita la gracia. Mi problema, justo lo contrario. Oigo, escucho y, en general, hago demasiado caso a cualquiera. Por ejemplo, al cabrón que me arrastró a este asiento de socorrista. Coser y cantar, me convenció mi amigo. También me ilusionó: ¡Vaya verano que te vas a meter, canalla! ¿Has visto cosa igual? De recordarlo, me enciendo. ¡En nada iré, pelmazo! ¡No dejes de mover las manos y piernas entretanto! No atiende, pero a este pieza le doy yo una buena curita de humildad, aunque me cueste el silbato. De la orilla no se aleja más en su vida. Mi idea era la siguiente: pasarme tres meses sentado a la sombra, leyendo a mi bola mientras me entraba la pasta en los bolsillos. ¿Has visto cosa igual alguna vez? Seguro que no, porque una puta maravilla de tal calibre no ha sucedido jamás ni ocurrirá. Resulta por completo imposible. En mi campo de batalla no hay quien pare. Ese mar de bañistas que me mira y remira para que a la puta carrera saque del agua al capullo de los gritos, pataleos y brazos al aire… ¡Lean a Borges, incultos! Todos ellos son los mismos mamones que no cesan de joderme ni un minuto. Al final no me quedará otra que ir a por el cenutrio. ¡Quién ha visto cosa igual! ¡Que muevas los brazos, tío! ¡Aguanta, campeón! Y tampoco son de los peores estos que a cada segundo amenazan con ahogarse, ¡ojalá! La playa rebosa de hijoputas aún más cabrones. Por ejemplo, el típico al que de repente le sobreviene un golpe de calor fatal. No te queda la menor duda de que a su lado siempre habrá una señorona que ha presenciado la escena y empieza a sentirse mareada. Suerte tendrás si no sufre un desmayo de pura aprensión. O el niñito que pisa tres erizos nada más haber plantado su papi la sombrilla. Entre mis horrores favoritos se encuentra el de esa inefable anciana que juguetea en el rompeolas hasta que cae de culo y, socorrista, levántame que no puedo, ¡sálvame! Y mi condena estival pasa, ¡faltaría más!, por rescatar a todos y cada uno de los imbéciles de turno. Nunca faltarán memos en nuestras costas. ¿Has visto cosa igual? Luego, me fríen sin piedad esos a los que califico de preguntones vocacionales: ¿Cómo ves hoy el mar, socorrista? ¿Qué horario tienes mañana, socorrista? ¿Amainará pronto el viento, socorrista? ¡Y yo qué coño sé, chaval! Déjame en paz. Ignórame. Pero qué te aporta a ti acercarte a saludarme. ¡Disfruta de tu vida! Hazlo lejos de mí. Igual que el tarugo de allí que apenas si se mantiene medio a flote. No se imagina que todavía le queda un ratito hasta que vaya a buscarle. Yo no vuelvo, fue lo que pensé tras mi primer día de trabajo. Aunque soy tan imbécil que regresé. Por supuesto, de nuevo prometí no repetir en una tercera ocasión. Ahí conocí a Bea y, ¡puto descerebrado!, desde entonces pido que este infierno no termine. Ya he explicado que Bea tiene tatuada una rosa roja en el pie izquierdo. Además, viene a bañarse y tomar el sol de lunes a domingo. ¿Has visto constancia o cosa igual? Ella siempre llega entre las seis y media y las siete de la tarde. Suele colocar su toalla y las gafas de sol unos cinco metros más allá. Bea jamás pierde un instante y enseguida se quita la camiseta y, con apenas un pantaloncito corto tapando su piel bronceada, se zambulle bajo la espuma. ¿Has visto cosa igual? Bea es increíble. ¡Qué estilo al nadar! Y sale del mar y resulta más increíble. Se tumba a tomar el sol; de nuevo increíble. Bea bocarriba o bocabajo. ¡Increíble! Encima saca una novela de su bolsa. ¿Has visto cosa igual? Totalmente increíble que compartamos afición por los libros. Ojalá supiese su nombre. Como ojalá conociese también cómo se llama este gilipollas de los chillidos para poder cagarme en él. Joder, tío, ¡ten paciencia! ¡Saca la cabeza del agua, capullo! La llamo Bea por Borges. Ella es mi “Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida”. Si comprendieras cuánto ansío que conversemos. Me bastaría con lo más mínimo. Un mísero qué hora es, socorrista. Pero ni eso. ¿Has visto puta cosa igual? Bea es la única persona en esta insoportable playa que no me cuenta sus soplapolleces. ¡Ironía de mierda! Espera, que me entra un wasap: joder, el jefe anda haciendo la ronda. Mejor será que me apure a por el tonto-boyas de las narices. Este a mí no me jode la tarde y menos con el superior husmeando la arena. Te juro que antes lo arrastro fuera del agua a patadas. Es que el muy loco parece empecinado en de veras ahogarse. Bueno, ¿y esto? ¡Es que no se ha visto cosa igual! Éramos pocos y parió la… Ahora aparece otro que grita pidiendo ayuda por aquel flanco. ¡Por turnos, señores! ¿No entienden que estoy solo aquí arriba? ¡No se ha visto cosa igual! Y en media hora bajará Bea. Quizá quiera hoy la fortuna que a ella se le encalambre uno de sus perfectos muslos mientras se da un baño. Ya te imaginas la estampa... Sería el mío un rescate heroico, de cine: ¡Muchas gracias, socorrista! Justo anoche soñé que la salvaba de un mar tempestuoso. ¿Has visto cosa igual? Supongo que por algo acabé vigilando la playa. Soy un caso perdido. No obstante, Borges escribió en un poema, y cito con exactitud, “La inmarcesible rosa que no canto / La que es peso y fragancia…”. ¿Olerá acaso a rosa la rosa roja tatuada en el pie izquierdo de Bea?