lunes, 5 de agosto de 2019

Azul océano

Tan solo la bañista del bañador azul océano gira su cabeza, se acaba de recoger el pelo en una cola que le resbala a un lado del cuello, cuando el tipo con pata de palo y un parche por ojo arriba a la cala. Son las penúltimas luces del día, de modo que no más de cuatro o cinco resistimos aún en la playa. El tipo con pata de palo y un parche por ojo tiene complexión ondulante y una piel color bronce tatuada de cicatrices. No trae toalla. Tampoco calzado para su único pie. A un paso de la orilla, el tipo con pata de palo y un parche por ojo alza los brazos. Arquea el tronco adelante. Estira tanto su cuerpo que se toca sin esfuerzo la punta de los dedos y luego recorre la arena húmeda debajo. La bañista del bañador azul océano observa muy quieta. Ambos contemplamos desde la distancia ese momento en que el tipo con pata de palo y un parche por ojo, como si guardase mercurio en la pierna y no madera, introduce su pata de palo bajo la espuma del rompeolas y, desde mi perspectiva, creo que sonríe. No da tiempo a cambiar de idea, porque de un salto el tipo se zambulle en el agua y la bañista y yo nos reconocemos por primera ocasión. El cabello recogido en una cola de la bañista del bañador azul océano vuela de un hombro a otro igual que un péndulo. Diez metros más allá, el tipo con pata de palo y un parche por ojo emerge de entre las olas. Su repentino gesto de despedida no encuentra respuesta en nosotros. Cuando levantamos las manos para corresponder, él ya se ha girado de nuevo y ahora nada mar adentro. Bracea despacio. También yo me muevo con lentitud mientras recojo mi toalla y la extiendo junto a la bañista. Durante el siguiente cuarto de hora, vemos en silencio que el tipo con pata de palo y un parche por ojo se va desvaneciendo en mitad del azul océano. Antes de que haya caído la noche, dejamos de distinguirle. La bañista y yo seguimos sentados en la arena largo rato después. La marea alcanza nuestros pies cada vez más próximos.