miércoles, 24 de julio de 2019

Radio yaya

Cada noche en casa de mi abuela el último de nosotros en caer dormido era siempre la radio. Minutos pasaban de las doce cuando frente al espejo mi abuela se recogía con soltura el pelo oscuro y en apenas un parpadeo desmaquillaba sus ojos, labios y las mejillas. Apagaba entonces la luz del baño y se dirigía hacia su cama como si gracias a un encantamiento pudiese ver en la oscuridad. Fuese invierno o verano, del cajón pequeño de la mesilla ella extraía a tientas un transistor de dimensiones todavía más diminutas. Me fascinaba el clic mínimo que hacía el aparato al cobrar vida. 

A veces mi abuela sintonizaba tertulias de cine (“Qué película más bonita esa, Juan”), o de cualquier tema excepto los deportes (“Ahora que se terminó la dichosa Liga y le da por empezar de nuevo”, repetía). También le gustaban esos programas en los que vía teléfono intervienen decenas de oyentes y cuentan sus preocupaciones (“Creo que no somos los dos únicos despiertos esta madrugada”). En otras ocasiones, mi abuela giraba varias vueltas el dial hasta encontrar una de esas cadenas que durante toda la noche emiten “canciones antiguas pero inolvidables”, así las definía ella. 

Desde luego, eran melodías que por alguna razón despertaban en mí la curiosidad para preguntarle sobre cosas de antes. De repente, yo quería conocer cada detalle del abuelo, de la infancia de mi madre y mis tíos, de la niñez de mi abuela en el barrio o de cómo había cambiado la ciudad en tantos años. Y fue precisamente en una de esas noches de conversación cuando mi abuela, a punto ya de quedar dormida, me dijo: “Si miro atrás mi vida, no sé si la viví o tan solo la soñé”. No recuerdo cuál había sido mi pregunta, pero sí el efecto de aquellas palabras.

De mi abuela tomé la costumbre de escuchar la radio hasta tarde. Anoche en mi cama oía la tertulia sobre fútbol a través del móvil y la aplicación saltó sin aviso a una emisora de música. Si pensé en cambiar de frecuencia, no lo hice. Sonaba una sucesión de canciones hermosas y envolventes. Y de a poco me inundaba el sueño. Surgió de entre las ondas una voz. Enseguida reconocí a la locutora. Ella aseguró que todo estaba bien y que, además, todo iba a seguir estando bien siempre. Antes de despedirse, mi abuela nos lanzó un beso. Aunque tampoco yo sé si lo viví o tan solo lo soñé .