viernes, 23 de noviembre de 2018

Cuento para Zenda (por Pablo Narváez)

- Venga, Oñate, ¡arriba! 

Así se animó a sí mismo el viejo aquella mañana, un poco más madrugadora de lo que solía ser. Se asomó a la ventana, hacia al mar, casi por instinto. Tantos años dedicados a la pesca es lo que tiene, deja costumbres arraigadas en lo más profundo del alma. Supo al instante que el cielo estaba despejado con el mar en calma, por lo que se podría faenar sin problema. Sonrió, pero Oñate tenía esa mañana otro objetivo muy diferente. Se acercó al escritorio y sacó del último cajón un cepillo. Su sonrisa se volvió más afable aun cuando recogió de debajo de la misma mesa unas pequeñas botas de fútbol. Inmediatamente fue a la cocina a limpiarlas de algunos restos de suciedad que tenían del entreno del día anterior. Al empezar a frotar las botas empezó a recordar su infancia en Sestao, cuando fue ayudante de utillero en el club de la localidad. Fueron años buenos, emocionantes. El equipo tuvo serias posibilidades de subir a segunda, ¡subir a segunda! Qué bueno hubiera sido haber visto a su equipo ascender. Lamentablemente no estuvo el año en el que el Sestao subió. Oñate se mudó a Barbate años antes por la oportunidad que se le brindó para trabajar como pescador de atunes. Aquellos años hubo un boom en la industria y, con dolor, decidió aprovechar la oportunidad y labrarse un futuro. 

- Estaré allí unos años y volveré a casa. 

Recuerda Oñate que decía a todos sus conocidos aquella frase. Pero el destino es caprichoso y con los meses, al llegar a Barbate, conoció a una gaditana, la que sería su esposa. Desde ese instante supo que Andalucía sería su hogar y con los años tendría una hija, Sofía. Durante aquella época hubo momentos buenos y otros que pudieran haber sido mejores, como la vida misma. Pero bien sabía Oñate que era feliz, incluso estando jubilado. 

Se encerró en su cuarto cuando terminó de limpiar y secar las botas, bien sabe un utillero que debe hacer profesionalmente su trabajo y Oñate estaba comprometido a conciencia. Estaba terminando de colocar la ropa deportiva en la pequeña mochila cuando de repente se abrió la puerta: 

- Aita, ¿qué te queda?, preguntó su hija, ya una mujer de familia. 
- Nada, termino de preparar la bolsa y listo. 
- Rápido que no llegamos al partido, le apremió. 

Oñate cerró la cremallera de la bolsa, colocó el cepillo en su sitio y acudió a la entrada de la casa, donde estaba su hija y su nieta. 

- Vamos, abuelo, ¡que llegamos tarde! 
- Ya voy, hija, ya voy. Le dijo con una sonrisa, mientras le acercaba su bolsa de deporte. 
- ¡Gracias, abuelo!, dijo su nieta feliz. 

En ese momento, Oñate dio la mano a su nieta, emocionado, y salieron los tres de camino al colegio deseando llegar para verla jugar su primer partido de fútbol.