sábado, 24 de noviembre de 2018

A propósito de la inalcanzable Teodelina Villar

Como si una parte de mí, de seguro la más ilusa, soñase ser Borges en El Zahir, también yo me he enamorado de una estrella. Sevillana, inalcanzable, casi de papel, la Teodelina Villar de este otro cuento sonríe igual que un viernes tarde. Algo más tarde es cuando, desde hace meses, acudo al centro cada viernes noche para verla protagonizar una modesta pero muy aplaudida representación teatral. Tras oscurecerse las luces, no hay un espectador sin ‘esa emoción’ en los ojos. Minutos después, contra la barra de cualquier bar próximo, murmuro enfebrecido las líneas finales de Teodelina. Solo una vez, animado por el espíritu del vino, me he atrevido a intentar aquello que tanto imagino. Sucedió anoche, aunque de alguna forma todavía perdura. Estoy aguardando frente a la puerta trasera del teatro. Entre mis manos, este ramo de flores amarillas. El fantasma de Teodelina Villar no tarda en aparecer(se). Todo un giro dramático descubrir que camina del brazo de otro. Juraría, además, que el tipo se parece y, al mismo tiempo, no se parece en nada a mí. Calle abajo los escucho reír. La vuelta al piso es tan triste como inesperadamente feliz. Una parte de mí, de seguro la más ilusa, regresa a El Zahir soñándose por fin un poco Borges.