domingo, 29 de abril de 2018

Changes


Al buzón de casa llegan cartas a nombre de otro. En el teléfono móvil se acumulan llamadas que no debieran ser para mí. Cuando abro Facebook, lo que encuentro me resulta extraño, desconocido. Incluso los datos y la foto del DNI en mi bolsillo se renuevan para identificar a un nuevo yo. Sin embargo, sigues empeñada. Nunca cambiaré.
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domingo, 22 de abril de 2018

(Otra) Casa tomada


Pese a que vivo solo y nadie tiene copia de la llave de casa, desde la puerta del bar de la esquina, esta noche miro hacia la ventana de mi salón y veo luz adentro. Con cada sorbo de cerveza, me convenzo un poco más de que soy olvidadizo, despistado, capaz de salir del piso sin haber echado la llave o sin haber apagado la lamparita bajo la que a diario leo; hoy, por no ir más lejos, un cuento de Julio Cortázar. También me digo o me cuento, y con el sabor de la cerveza salen y saben mejor las palabras, que las sombras que intuyo moverse tras el cristal y el estor de la ventana son únicamente eso: sombras, ilusiones ópticas, fantasmagorías de mi mente asustada ante el hecho de que empieza a hacerse tarde y Sara no ha venido al bar ni contesta al teléfono. El camarero, que mira como quien entiende, se ofrece a invitarme “a la penúltima”. Ya no debería beber otra. O puede que sí, pienso después de haber aceptado su ofrecimiento. Porque quizá no sea tan mala idea, antes de subir y volver a marcar los números de su número, apurar algo más de valor del fondo del vaso. Entre tanto, tal vez dé tiempo a que Sara aparezca y las sombras de mi casa desaparezcan.

sábado, 14 de abril de 2018

El tercio de los sueños


Desde hace hoy justo tres meses, a una hora tan improbable y nada taurina como las 3:33 de la mañana, de madrugada el viejo torero recibe en su ancha cama de Estrecho la visita de todos aquellos (casi incontables) toros a los que, a lo largo de una larga y vivida vida, dio muerte en plazas a ambos lados del océano. Fueron muchas (incontables) tardes de triunfos en la cercana Las Ventas, los abriles saliendo a hombros de La Maestranza sevillana y esos vítores irrepetibles que dicen aún se oyen allá en Aguascalientes. Temblequea la memoria del viejo torero, embestida por manadas de fantasmagóricos toros de lidia. El viejo torero rememora sus nombres (Lucero, Tiza, Sinfonía, Rayo, Maldito...) mientras los astados de ayer cornean el descanso sin descanso. A la mañana siguiente, una vez más, el madrugador sol de Madrid deslumbra al viejo torero, aovillado e insomne entre sábanas y tormentos. Dentro de la consulta número cuatro del ambulatorio de calle Infanta Mercedes, el doctor ausculta su pecho, le toma el pulso y receta pastillas amarillas; incluso pronuncia las palabras perdón y remordimientos. A nostalgias imperiales, en cambio, aluden los contertulios tras la barra del bar Míes. Acaso indeciso, arrastrado quizás entre ambas corrientes, el viejo torero esta noche, idéntica y distinta a tantas otras, sustituye el pijama por uno de sus viejos trajes de luces. Y se arropa con dos capotes. La muleta doblada hace de almohada. Debajo, ha escondido su estoque de San Isidro. No cree poder dormir, pero el viejo torero se duerme. 3:33. Bufidos, sombras a los pies de la cama, nervios que se tensan. Bajo un cielorraso oscuro, el traje de luces centellea lleno de suertes: naturales, redondos, derechazos, molinetes y pases de pecho. Los recuerdos ovacionan por última vez al viejo matador de toros. El tercio de los sueños casi toca a su fin.
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