Tu
corazón no resistirá una vez más. Y una vez más, pese a las
pesimistas palabras del doctor Juan, Juan se enrosca la bufanda al
cuello, luego pierde sus brazos de (c)alambre y casi todo el pequeño
cuerpo dentro de su más mullido chaquetón para así, bien temprano
(requisito indispensable, mantra obligado de repetición diaria),
venir a escurrirse por las aceras estrechas de Estrecho en invierno
hasta el recodo con Infanta Mercedes. Donde el milagro cotidiano, la razón de
otro nuevo día, aguarda y se produce en el instante preci(o)sísimo,
por un momento las calles parecen volverse manecillas de un
reloj, en que Juana (oh, Juana) dobla la esquina y también el mundo
de Juan, plegándolo en mil y un pliegos, que son el amor y las
partes del amor. A veces por las botas altas; en otras ocasiones, por
los vaqueros bajos; o el abrigo camel muy cruzado; como su bolso
oscuro y bolsa clara, inseparables de lunes a viernes; por el pelo
amarillo, llovido, largo y más largo; por sus manos, que acarician y
besan la mañana; y, sobre todo, por esos labios siempre rojos, de
color ambulancia. Pero, en esto no cabe duda, don Juan ya ha dado
guerra en La Paz demasiadas veces. Hoy es un atrevido gorro con
visera y contra el frío que peina Juana lo que deja a Juan sin
cabeza ni aire, cardíaco, tan tambaleante y herido de muerte bajo el
cielo sin nubes de Madrid. Sobre el viento, no tardan en oírse las
primeras sirenas. Cogidos de la mano, Juana repite todo va a ir bien.
Y Juan sonríe, se estremece. Muere de felicidad.
sábado, 24 de marzo de 2018
carDÍAco
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sábado, 17 de marzo de 2018
Tattoo you
En
una línea de metro bajo la ciudad, sobre las líneas mal escritas de
su mano derecha, un viajero zurdo tatúa la buenaventura con tinta
oscura y letra clara. Repetidas veces, cierra y abre el puño
esperando aclarar o ultimar una última palabra por venir. Paciente,
en la palma lisa y blanca como hoja de guarda, guarda y detalla
detalles de nada. Todo lo que pone, pone una sonrisa sin risa en el
porvenir de este viajero de viaje en metro. El futuro florece a flor
de piel. Sueña sueños al alcance de la mano.
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The Rolling Stones
lunes, 12 de marzo de 2018
Noche hueca
Acaso
por no darle más vueltas, apuntaré que esta noche me apena
una pena hueca, imaginaria, algo ideal. Si no pienso en ella, se
va. Por eso, ya conecto el televisor, pongo a los Rolling Stones bien
alto, barro todo el piso, llamo y dejo que me llamen por teléfono,
corro a encender un hornillo, preparo y tomo sopa, bebo una cerveza,
luego otra, más la penúltima, mientras veo aburrido otro aburrido programa y escribo estas líneas, las borro, reescribo, paso página,
abro un libro, leo el comienzo de un sueño, pero me desvelo y ahora
cuento ovejas, todo un rebaño salta sobre el puente de mi nariz, los
párpados que al fin se vencen, la cabeza se vacía, sin ti hueca.
sábado, 10 de marzo de 2018
SANdwichera
De
un tiempo a esta parte, siento haber fiado mi felicidad a la
inapetente compra de una sandwichera. Desconozco la razón, pero en
la duermevela que anticipa el sueño, bajo la ducha sin alma de las
mañanas, o incluso por las aceras estrechas de Estrecho, mientras
esquivo de todo menos llegar a la oficina en hora, a diario me veo y
recreo con mi nueva y flamante sandwichera bajo el brazo, y me veo y
creo mejor. No sé. No se me hace extraño después del trabajo,
mientras se iluminan esas farolas más madrugadoras, perder las
atardecidas tardes de entre semana frente al escaparate de los
bazares de Bravo Murillo. Detrás del cristal y sus reflejos
contaminados, las sandwicheras son sonrisas de metal. Las hay de
diferentes medidas y colores. Me gusta especialmente una de tamaño
bien grande y color amarillo. Es un modelo, lo he leído en Internet,
que puede usarse también como grill. Una doble función que,
y hasta yo me sorprendo de ello, se me antoja antojadiza, apetecible,
irresistible. Supongo que un día como hoy, o quizás hoy mismo,
acabaré volviendo a casa con ella. Imaginarlo es tan sabroso: fuera
de su envoltura de cartón, enchufo la sandwichera; el sándwich (y el mío
siempre lleva una loncha de queso extra) aguarda en su plato a que
prenda la luz. Entonces, introduzco el sándwich. Apenas unos minutos
de espera de nada. Toda una pátina dorada da ahora aroma al
sándwich, que regresa a su plato. Para enseguida cruzar la pequeña
sala. En mi lado del sofá, la realidad se asienta. Un placer
impaciente anuncia el primer mordisco al sándwich. De un bocado de
muerte, devoro la tristeza.
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