miércoles, 1 de febrero de 2017

Ideal(ista)

Nunca supimos si la casa también estaba encantada, pero desde luego a ti y a mí nos encantó. Ya nos veíamos allí viviendo: desayunando, comiendo y después cenándonos. Con sueño, soñando, madrugando o quedándonos dormidos hasta las doce, entrando y saliendo al trabajo o de paseo, a hacer recados, para viajar, ir al cine, al teatro, a museos, al bar de la esquina, a ningún sitio en especial, pero venga, vamos. Tú y yo. En ese piso, los dos leyendo, riendo, charlando, discutiendo, escribiendo, pintándolo entero de amarillo, comprando una mesa, muchas sillas, el sofá cama de las visitas, abriendo cada tarde nuestro buzón sin cartas, enmarcando todas estas fotos, los miércoles pidiendo del chino, italiano para llevar en viernes, instalando internet, el fijo, jugando a las cartas, tirando la basura, barriendo, ensuciando, jodiendo, bailando, lloviendo fuera y nosotros frente al televisor. Nos veíamos en esa casa encantados, imaginamos que el casero también. Pero sólo era un fantasma: “Necesitaré vuestros contratos indefinidos, las tres últimas nóminas, seis meses de fianza, un avalista, que me incluyáis en el testamento, prueba de sangre de cada uno, otra de orina, el certificado de antecedentes penales, la secuenciación de vuestro genoma, que sepáis silbar y seáis bastante más altos antes de entrar a vivir, nada de gafas tampoco, ni de mascotas, y dad gracias que no lo alquilo a través de agencia”.