miércoles, 27 de mayo de 2015

'Me voy a dar una vuelta' (reseña)


Cristina Puente escribe como sonríe. Sin medias tintas. Con la franqueza de unos ojos que saben dónde mirar, qué hay que ver. Encima tiene mucha gracia (to' el arte) contando. Y su libro Me voy a dar una vuelta, compendio de un año de aventuras alrededor del mundo, regala ingenios de humor en cada página. Este diario de viajes nació de un blog. A través de posts, Cristina hizo palabras de las gentes y los lugares que fue visitando: desde el Sudeste Asiático (Tailandia, Vietnam, Camboya, Indonesia...) hasta Sudamérica (Chile, Bolivia y Perú), pasando por Australia y Nueva Zelanda, así como por la Polinesia Francesa. Incontables destinos y horas (y más horas) de aviones y barcos. También de trenes, autobuses (unos y otros a veces diurnos, otras nocturnos) y motocicletas. De desplazamientos a caballo y en furgoneta. Pese a los avances en medios de transporte, el mundo sigue siendo igual de grande. Y estas travesías quedan reservadas para los (más) valientes. Aunque Cristina niega pertenecer a esta estirpe, actualmente en peligro de extinción. Pero no hay dudas de que Cristina fue (es) valiente. Mucho. Tanto como para encontrar la oportunidad que encerraba su crisis laboral y personal. Antes de que se le fuese la vida en vida, Cristina decidió irse. Así que preparó su mochila y se dio una vuelta. Primero, de dentro afuera. Y después se atrevió a dársela al mundo entero. Por el camino encontró amigos inesperados (tantos: Rafa, Sheryl, Lorena, Tracy, Oriol...), platos y platos de sabroso ceviche, de poisson cru, jugosísimas frutas exóticas, la pimienta de Kampot, deliciosos cangrejos recién sacados del mar, cervezas de todo tipo, playas y atardeceres en los que perderse, y ríos como el Mekong que constelan la mirada. Cristina descubrió a su vez que los habitantes de la Isla de Pascua son unos pagados de sí mismos, mientras que los oficiales de aduanas casi siempre unos pesados; que no lleva bien el mal de altura boliviano, y que resulta muy peligroso desorientarse cuando cae la noche sobre la neozelandesa ciudad de Nelson. Creo que la gran valentía de Cristina fue escribir y vestir de papel sus sueños de exploradora. Y ella los narra con pulso, con hermoso tono literario. Domina a la perfección cómo transmitir una idea y de qué forma puede presentar mejor una imagen o una emoción, esta o aquella vivencia. Todo delicioso para los ojos del lector, que no lee el libro sino que se lo bebe. Como en las mejores series y películas de intriga, hay sorpresas en el desenlace (no spoiler). Aunque el viaje, la vuelta de Cristina, no acaba con el trepidante capítulo en Lima. Más que un cierre, supone el comienzo de otra aventura. Porque las preguntas flotan detrás de la última línea de texto como fantasmas del porvenir: ¿Cuándo el próximo destino? ¿Me llevarás de nuevo en tu mochila? Como hizo la niña regular, me voy a dar una vuelta. ¡Y luego al mundo! Sin medias tintas. Sonrisa franca. Gracias, Cristina.