martes, 3 de febrero de 2015

Pareja de nadies (artículo)


Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Pero cuántas palabras suman un sonido. La voz de Andrés Neuman, a veces argentina, a veces andaluza, siempre amiga, se baña en cada sílaba, las pronuncia agradecido, como si fuesen pequeñas celebraciones. Andrés habla igual que escribe, con felicidad curiosa, aunque no pude comprobarlo hasta hace muy poco, cuando el bonaerense afincado en Granada bajó a Málaga para presentar la reedición de su novela Una vez Argentina (Ed. Alfaguara).

El lector otorga al narrador una voz: timbre, tono, dicción, acento. Es la voz de quien nos cuenta la historia. Si hemos visto al autor por televisión o le hemos oído en radio, éste hará las funciones de narrador casi irremediablemente. Parece imposible leer a Pérez-Reverte o a Vargas Llosa, también a Muñoz Molina, y no imaginarlos al otro lado de la página, hablándonos. Su presencia en medios de comunicación es incesante. Los conocemos sin conocerlos.

Distinto caso el de Andrés Neuman, al menos para mí. Jamás lo he visto en televisión (sí en fotos), aunque seguramente haya aparecido en algún programa o tertulia. Sin embargo, no fui consciente de que le había ‘inventado’ una voz, mientras leía sus novelas y artículos, mientras buceaba en los posts de su blog, hasta que escuché la suya, la auténtica, en la presentación de Una vez Argentina. Como esta voz ‘real’ se asemejaba mucho a la que inconscientemente había vaticinado, no me generó problema alguno descubrir al verdadero Neuman.


Pero al rato, mientras las anécdotas y los entresijos de su libro se sucedían para el disfrute de los allí congregados, comencé a pensar en todos aquellos escritores nunca escuchados pero sí leídos a los que, igual que hice con Andrés, les imaginé una voz. Pensé en los autores extranjeros porque, aunque a alguno he podido verlo en entrevistas sueltas y perdidas (ay, la magia de Youtube), luego leo traducciones de sus libros, por tanto para mí tienen voces dobladas, como ocurre en el cine. A quién he leído parece pregunta obligada.

Auster, Roth, Updike, Carver. Son tantos, comprendí de repente. Y qué hay de los literatos que vivieron antes de las tecnologías que nos graban y reproducen ya sea enseguida o más tarde, esas cámaras y micrófonos que nos vuelven holográficamente eternos. Nadie sabe ni sabrá nunca cómo hablaban (con qué voz) Góngora, Quevedo, Cervantes y Lope. Voces perdidas las de estos clásicos. Cacofonías mudas. Fantasmas de papel invocados únicamente a medias en cada lectura.

Las voces cuentan todo de sus propietarios. O debieran hacerlo. Mientras lees estos párrafos pones una voz que es o presupones que es la mía. Pero Borges avisaba que uno nunca escribe, sino que la tarea recae siempre en el otro. Entonces quién es el otro. Y qué voz tiene. A lo mejor no basta con conocer al autor. Problema de naturaleza bidireccional. Cuál es la voz del lector. A quién le escribo. Voz y eco se encuentran en el papel. Una trasfusión de tinta entre desconocidos. Dos nadies que la lectura vuelve inseparables.  


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Artículo publicado en la sección Polisemias de Mayhem Revista