sábado, 14 de febrero de 2015

Crítica de cine: 'Mr. Turner'


Mr. Turner: cuando pinte mi obra maestra

En el 71 Dylan se rodeó de The Band para cantar que todo sería distinto cuando pintase su obra maestra. La pintura, la música y hasta la escritura, tres formas distintas de arte, tienen en común lo tedioso del proceso. El resultado, entiéndase la obra terminada, emana gloria, maravilla, pero el camino hasta el último golpe de pincel supone en casi todos los casos una esforzada agonía.

Por eso no hay divertimento en ver a un escritor darle a la tecla, a un músico invocar notas y acordes, y a un pintor (horrible redundancia la que sigue) pintar. De modo que una película sobre la figura de un pintor (si busca la veracidad de lo que refleja) no tiene otra posibilidad que ser lenta, agotadora y aburrida. Y, por supuesto, Mr. Turner lo es.



Los últimos veinticinco años de vida del genial artista británico J. M. W. Turner, maestro de la pintura de paisajes, referente en el uso de la luz y precursor de impresionistas, son aburridos, aburridísimos. Y mira que le ocurren cosas a este hombre durante ese cuarto de siglo: afronta la muerte de su padre, sufre el ninguneo de la crítica y las burlas del público, frecuenta burdeles, vive la aparición de la máquina de vapor y la cámara fotográfica, viaja continuamente en busca de inspiración (es un incansable estudioso) y en uno de estos desplazamientos se enamora de una posadera que cambiará su forma de entender el mundo. Pero el espectador no se divierte mientras asiste a las peripecias del personaje.



Sólo el goce estético redime esta película y la eleva a categoría de joya. El espectador perdona el aburrimiento porque en el fondo está disfrutando. Así somos. Y no es para menos ya que Mr. Turner merece cada una de sus nominaciones a los Oscars. La banda sonora únicamente puede calificarse de preciosa. Dan ganas de cerrar los ojos y deleitarse con el placer de su escucha.

Pero no lo hacemos porque tal acto implicaría perderse la minuciosa ambientación histórica (siglo XIX), los cuidadísimos atuendos de época y la fabulosa fotografía que casi parece una sucesión de óleos paisajísticos dotados de movimiento. Además, Timothy Spall está soberbio, de premio. Un abanico de matices su interpretación. No necesita el histrionismo para emocionarnos. Odio los lugares comunes pero “realmente nació para este papel” (ahora sí soy un crítico de cine, ¡al fin!).



Mr. Turner visita el drama y la comedia, lo absurdo y también lo muy personal. Cabe todo en esta biografía de casi dos horas y media. La sensación final que nos queda es de ternura hacia una figura a la que (gracias a Dios) no se santifica sino que aparece con todas sus bondades y bajezas. Cuando llegan los créditos el público conoce mejor quién fue Turner, sus rarezas y egoísmos, y diría que hasta le ha cogido cariño (si esto resulta posible con alguien finado siglos atrás).

El camino es aburrido. El proceso que conduce al arte parece requerirlo. Pero no pasa nada por aburrirse un poco (o mucho) si el sacrificio nos permite disfrutar de una cinta tan espléndida como Mr. Turner. Una vez más Dylan, que algo sabe de pinceles, estaba en lo cierto: todo es distinto cuando se pinta una obra maestra.  


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Crítica de cine publicada en la sección El crítico prejuicioso de Mayhem Revista