domingo, 21 de diciembre de 2014

El último entre los últimos shows sobre la Tierra


Crónica del concierto de Enrique Bunbury en Madrid / ‘Palosanto Tour’

De riguroso negro y portando gafas de espejo, surgido del cegador rayo lumínico de un platillo volante, Enrique Bunbury aterrizó anoche en Madrid para firmar el último concierto de la gira Palosanto, exitoso tour con el que ha recorrido España y Latinoamérica durante 2014. Era palpable el aroma a despedida en los minutos previos a la actuación de ayer, y es que en fechas recientes el cantante zaragozano ha hecho pública su intención de no subirse a los a los escenarios en 2015 para dedicarse a proyectos diversos. De modo que el numeroso público congregado en el Palacio de Deportes de la capital se entregó con devoción a su ídolo desde el primer momento, dispuestos los seguidores de el extranjero a disfrutar de una inolvidable velada antes de la prolongada ausencia.

Y Bunbury, vocalmente impecable, un auténtico derroche de gestos y poses imposibles, llegó con intención de agradar y hacerse querer, conjurado a dejarse la piel (corrió, saltó, bailó y hasta boxeó) sobre las tablas en cada una de las veintitantas canciones que dieron forma al repertorio. Hubo espacio para lo nuevo (Despierta, Más alto que nosotros sólo el cielo, Prisioneros, Hijo de Cortés o Salvavidas, del LP Palosanto) y también para los grandes de éxitos de sus discos anteriores: de Flamingos sonaron la coreadísima Lady Blue y la potente El club de los imposibles. De El viaje a ninguna parte el maño recuperó la conmovedora El rescate y la alentadora Que tengas suertecita.

Para la sorpresa del respetable, también salieron a relucir A contracorriente (Radical Sonora) y Puta desgraciada (perteneciente a ese maravilloso álbum grabado a medias con Nacho Vegas, El tiempo de las cerezas). Una vez más Enrique recuperó el cancionero de Héroes del Silencio interpretando Deshacer el mundo. En conjunto, un setlist contundente, explosivo y con tintes reivindicativos, repleto de grandes temas que fueron coreados por un público rendido a Los Santos Inocentes, esa banda que suena a la perfección, tan demoledora como virtuosa; especialmente inspiradas las guitarras de Álvaro Suite y Jordi Mena, así como los teclados del maestro Jorge “Rebe” Rebenaque.

El caramelo musical encima vino envuelto en un más que elaborado juego de luces, acompañado de una gigantesca pantalla, que en nada desmerecería a las mejores producciones internacionales. Quizá se echó en falta la aparición de algún artista invitado, y personalmente a este servidor le habría gustado escuchar Enganchado a ti, pero ya rondaban las dos horas y media de concierto y Bunbury, tras afirmar “una más y dejamos de joder”, entonó las primeras líneas de la sensacional El viento a favor:

“Si ya no puede ir peor
Haz un último esfuerzo
Espera que sople el viento a favor
Si sólo puede ir mejor
Y está cerca el momento
Espera que sople el viento a favor”

Mensaje optimista para los tiempos que soportamos. Luego estalló una ola de aplausos y vítores (“¡no tenemos prisa!”, había contestado el público cuando en el primero de los bises el zaragozano bromeó acerca de la posibilidad de que los presentes hubiesen quedado para después de la actuación: “A lo mejor tienen planes y quieren irse ahora”). Incontables las muestras de cariño de unos seguidores fieles que se resistían a batirse en retirada, ansiosos de más. Pero el platillo volante ya había despegado. Nadie sabe dónde ni en qué fecha volverá a posarse. Toca esperar para descubrir lo nuevo del legendario artista maño. Eso sí, para siempre quedará el recuerdo de anoche cuando Enrique Bunbury, aparcado el ovni por un rato, conquistó Madrid en el que fue el último entre los últimos shows sobre la Tierra